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Instituto Schiller

El futuro de la agricultura de Brasil

por Lyndon H. LaRouche
11 de octubre de 2001.

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El informe siguiente se preparó para una conferencia internacional sobre el asunto de Brasil y el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, que tendrá lugar en Brasil a fines de octubre. Lyndon LaRouche fue invitado a participar en la conferencia como comentarista en agricultura, pero no podrá asistir debido a problemas de seguridad relacionados con la visita.

El autor es economista y tambien precandidato a la Presidencia de los Estados Unidos para 2004.

El futuro de la agricultura de Brasil

Antes de que se pueda emitir o adoptar cualquier declaración o propuesta competente con relación a las perspectivas para la agricultura en cualquier parte del mundo de hoy, primero se tienen que introducir cuatro conjuntos de hechos. Estos hechos definen el carácter sistémico del derrumbe en curso de las presentes estructuras financiero-monetarias.

Hecho número uno: En el segundo y tercer trimestres de 2001, el mundo entero entró en la fase terminal del derrumbe general del actual (1971–2001) sistema financiero y monetario mundial de tipos de cambio flotante.

Este derrumbe no es cíclico; es sistémico. No se trata de una desviación dentro del sistema. No habrá ningún repunte en tanto siga el sistema actual.

Este derrumbe es el resultado inevitable de la testarudez con la que los gobiernos y otras autoridades le impusieron medidas erróneas a los dominantes en el mundo. Aunque se puede dar marcha atrás a estas tendencias, ello exigiríasistemas monetario, financiero y económico someter a todo el sistema monetario y financiero a una reorganización por quiebra, dirigida por los gobiernos, y retornar al mismo tiempo al sistema original de Bretton Woods, altamente proteccionista, del período 1945–1965. No obstante, a menos que se lleve a cabo ese cambio fundamental en el sistema, el derrumbe actualmente en marcha, prácticamente mundial, alcanzará pronto un punto en el que parecerá no tener fondo. Esa es la situación que enfrentamos en un plazo relativamente corto.

A comienzos de este año, en una conferencia difundida por la internet, pronostiqué que los trimestres que quedaban este año serían desastrosos. El segundo y tercer trimestres han sido un desastre, y si no se le da marcha atrás súbita y completa a las directrices actuales, para el cierre del cuarto trimestre la situación será peor. Habida cuenta de esas salvedades, es apropiado informar que, en este momento, nos deslizamos hacia el borde cercano un precipicio global.

En el momento en que entramos al riesgoso cuarto trimestre de este año, debemos reconocer la quiebra reciente multibillonaria, en dólares estadounidenses, de esa burbuja financiera estilo John Law llamada la "nueva economía". Debemos ver en esa quiebra sólo el aspecto más conspicuo, hasta ahora, del acelerado derrumbe general del presente sistema monetario y financiero mundial en su conjunto.

No puede haber una formulación competente de planes agrícolas o de cualquier otra índole que no reconozca y ese hecho primario de la situación mundial en su conjunto y proceda a partir de él. Conforme se acerque el fin de año, el mundo entero, incluída su agricultura, se halla al borde de un precipicio de cambio, un cambio radical sea para bien o para mal.

Hecho número dos: Al describir las condiciones actuales de la economía física de América y Europa, debemos reconocer el significado de lo que debería ser la diferencia obvia, y también decisiva, entre la última gran depresión mundial, la de 1929–1933, y la que experimentamos hoy día.

Doce años después del final de la guerra de 1914–1917 en Europa, todavía existía una gran parte del potencial agrícola e industrial de esas naciones, ya sea como niveles activos de producción física per cápita, o como potencial que se pudiera movilizar en unos pocos años con medidas como las que adoptó el presidente estadounidense Franklin Roosevelt. Hoy en día, más de una generación, más de treinta años en vez de doce, han pasado bajo las ruinosas medidas que pusieron en marcha Londres y los Estados Unidos, principalmente, de 1966 a 1971. Si no se le imprime un viraje a las tendencias de las décadas recientes en política monetaria y financiera, el resultado será el hundimiento demográfico generalizado de las naciones y otros fenómenos semejantes para las naciones. En ese caso, lo que sufriríamos no sería una depresión económica, sino, más bien, una era de tinieblas. Naciones enteras y grandes secciones de sus poblaciones desaparecerían, en una pauta semejante a la de la "nueva era de tinieblas" de la Europa de mediados del siglo 14.

Por lo tanto, cualquier plan para salir del deslizamiento actualmente inevitable en la depresión fracasará catastróficamente, a menos que reconozca que la catástrofe global presente no sólo es sistémica, sino también potencialmente terminal, a menos que se le dé un vuelco radical a la política en vigor.

Hecho número tres: En este período, en especial a partir de las medidas económicas ferozmente destructivas del gobierno estadounidense de Jimmy Carter (1977–1981), la agricultura de Europa y América han sufrido cambios estructurales extremadamente insensatos y destructivos. Ahora bien, el precio que las naciones tienen que pagar por su supervivencia es un vuelco radical y súbito de las mentadas "reformas estructurales" en la composición de la inversión, la regulación y el empleo que se impusieron desde hace más de tres décadas.

Cualquier discusión de la política agrícola que tenga que ver con las pautas del comercio internacional o en las Américas, sería un vano juego de palabras a menos que estemos dispuestos a dar marcha atrás a los tres conjuntos de tendencias catastróficas en la política económica nacional e internacional que acabo de enumerar. Ciertamente éstas son palabras fuertes; pero son afirmaciones que deben aceptarse si es que se han de discutir y adoptar acciones fructíferas.

Por lo tanto, cualquier discusión competente sobre política agrícola se tiene que basar en la suposición de que el sistema financiero monetario de 1971–2001 se sujetará a reorganización por quiebra. Esta reorganización debe ocurrir bajo la supervisión de un grupo de gobiernos de Estados nacionales soberanos. Ese nuevo sistema debe ser congruente con el sistema monetario y comercial, relativamente exitoso, de antes de 1966. Ese es el modelo que se ha de utilizar para los nuevos sistemas monetarios y económicos del mundo y de las naciones, que se ha de crear a partir de lo que quede del sistema actual, irremediablemente quebrado. En esas condiciones, se aclaran ciertos objetivos factibles para la política agrícola reformada.

Ciertamente, dichas reformas llevan un riesgo político. Desde los acontecimientos de 1789–1815 en Europa, las oligarquías gobernantes, que preferirían destruir el planeta antes que aceptar un cambio en lo que consideran "nuestro modo de vida" han respondido histéricamente con guerras y dictaduras brutales, como las de Napoleón Bonaparte, Napoleón III, Mussolini y Hitler. La falta de ánimo político para elegir la senda de la razón, en vez de abandonar a una sociedad en dificultades a tales respuestas tiránicas del Olimpo, ha sido el motivo principal de toda catástrofe que hayan sufrido las naciones de la civilización europea extendida por el orbe.

Hecho número cuatro: Se debe reconocer que la mayoría de los expertos ampliamente citados en cuestiones de finanzas y economía, sean genuinos o sólo supuestos, han hecho sus carreras como propagandistas precisamente de las directrices que han sido la causa principal permanente de esta crisis.

Esta crisis es resultado de un cambio, de las medidas monetarias y económicas exitosas del período 1945–1963, a los cambios cada vez más desastrosos que han dominado los sistemas monetarios y económicos del mundo en los años de 1971 a 2001, hasta la fecha. Con algunas elogiosas excepciones, la mayoría de esos presuntos expertos han dedicado últimamente sus energías a defender la permanencia de las medidas y prácticas que han causado ese cambio desastroso. Los consejos que dan estos expertos son parte integral, esencial, de los supuestos axiomáticos que han hecho sistémica la presente catástrofe. En ese sentido, no representan a los médicos, sino a la enfermedad.

El síndrome del Cerrado

Vean el siguiente grupo de gráficas estadísticas comparativas de Brasil, México e Iberoamérica en su conjunto, comparados con los casos de España, quince naciones de la Unión Europea y el caso de los Estados Unidos de América. Mi revista semanal, Executive Intelligence Review (EIR), comparó estas tendencias en el lapso de 1961 a 2000. Este grupo de estadísticas compara la población agrícola con la población total, con el uso de la tierra, y la producción de cereales, frijol y maíz, año por año, en ese período. [Véanse las gráficas 1–8.]

Para ilustrar un aspecto decisivo de mi razonamiento, les pediré que pongan atención brevemente a la prometedora perspectiva de desarrollo de la región brasileña de sabana conocida como el Cerrado.

Con sólo tales estudios estadísticos es imposible hacer suposición competente alguna respecto a las tendencias de mediano y largo plazo en el futuro de la agricultura. Pero tales cifras sí reflejan, en alguna medida, el efecto de errores terribles en las tendencias de la política agrícola de las Américas en el último cuarto de siglo. No indican las formas comprehensivas de las soluciones eficaces necesarias para impedir la catástrofe inherente que ocurrirá sin falta a menos que se instituya muy pronto un vuelco radical a las tendencias del último cuarto de siglo. La mayoría de las soluciones, como la mayoría de los desastres, radica en lo principal en el dominio de los efectos de la política monetaria y financiera.

No obstante, aun considerando el margen de error común en las estadísticas oficiales y afines, los datos muestran una pauta que es útil considerar, como telón de fondo de la discusión de hoy. Estas cifras ilustran algunos aspectos del deterioro de la formulación de las directrices agrícolas de los Estados Unidos e Iberoamérica en las últimas dos décadas. Sin embargo, consideradas en sí mismas, tales cifras subestiman enormemente la verdadera gravedad del problema. Es importante considerar estos hechos y otros similares, aunque por sí mismos no nos digan casi nada sobre el futuro de la agricultura. Tales estadísticas son sólo las sombras de la realidad, no la realidad que reflejan.

El caso del Cerrado ilustra la cuestión.


La superficie de Brasil y su ubicación sobre el planeta nos obliga a tratar todos los asuntos generales de su desarrollo económico desde el punto de vista de lo que el gran científico ruso Vladimir Vernadsky llamaba noosfera. Esto quiere decir que, para prever un futuro deseable para el Brasil, debemos subrayar el papel de las facultades cognoscitivas de la especie humana, como la agencia que debe ejercer su dominio absoluto sobre la biosfera. Excepto porque el hombre es capaz de revolucionar la biosfera de modo que aumente la densidad relativa potencial de población de la especie humana, la humanidad estaría condenada a hundirse en otra más de esas eras de tinieblas relativas o absolutas que han puesto fin a imperios del pasado como la antigua Babilonia, Roma y Bizancio.

El desmoronamiento actual del sistema global que ha impuesto la facción monetarista angloamericana desde finales de los sesenta se ha de entender, en sus rasgos más esenciales, como la precipitación en una nueva era de tinieblas planetaria, precipitación causada principalmente por las tendencias de la política ecológica de los últimos treinta años. La posibilidad de evitar la nueva era de tinieblas que se cierne sobre el mundo hoy en día exige un enfoque prudente para darle marcha atrás a las desastrosas tendencias ecológicas de estos últimos treinta años y pico. Para Brasil, el potencial de la región ribereña del Amazonas y del Cerrado ejemplifica el campo de decisiones en el cual se elegirá entre la grandeza y la ruina.

Por lo tanto, para los propósitos del tema de hoy, he decidido llamar al procedimiento que propongo "el síndrome del Cerrado". Por lo mismo, les pido que consideren una segunda serie de mapas, gráficas y cuadros que concentran en ese asunto. [Ver gráfica 9 y 10, mapa 1, y cuadros 1–6.]

El abecé de la noosfera de Brasil

Debo ahora resumir, muy brevemente, los principios subyacente de mi especialidad, la ciencia de la economía física. Yo reduzco todas las funciones económicas a los términos de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Describo todos los procesos económicos del modo implícito en una forma estrictamente antieuclidiana de geometría física riemaniana. Defino todas esas relaciones esenciales en términos de la interacción entre tres distintos espacios-fase: 1) procesos no vivos, los llamados abióticos; 2) la gran ola de dominación de los procesos vivos sobre los abióticos, o lo que Vernadsky definía como biosfera; y 3) las funciones de la cognición humana mediante las cuales la humanidad ejerce su justa autoridad superior sobre la biosfera.

A pesar de los muchos puntos de acuerdo entre mi definición de estas relaciones y la de Vernadsky, hay dos puntos de diferencia de lo más decisivo. Primero, donde Vernadsky define el poder del hombre sobre la biosfera desde el punto de vista de los descubrimientos individuales de principios físicos universales demostrados experimentalmente, yo insisto en que la expresión primordial del poder del hombre sobre la naturaleza es el uso que hace el individuo de dichos descubrimientos para transformar la cultura mediante la cual la sociedad actúa sobre la biosfera. Segundo, yo he adaptado los principios de geometría física de Riemann como el modo para conceptuar las relaciones funcionales entre los tres espacios-fase primarios: el abiótico, la vida y la cognición.

Lo que he hecho con mis propios descubrimientos científicos originales en este reino es aportar una muy necesaria clarificación de las razones de la superioridad absoluta, probada históricamente, del sistema americano de economía política ejemplificado por Alexander Hamilton, Mathew Carey, Federico List y Henry C. Carey sobre el sistema británico de libre comercio. Notablemente, el que los Estados Unidos se alejaran de ese sistema americano ejemplificado en los presidentes Lincoln y Franklin Roosevelt, es lo que posibilitó el desastre monetario, financiero y económico global que se desenvuelve en los últimos treinta años y pico.

Mi resumen presente de lo que he denominado "el síndrome del Cerrado" es una expresión de la herencia de ese sistema americano que llevó a los Estados Unidos a su pronta elevación a la posición de principal potencia económica entre los Estados nacionales del mundo en la época en que dirigían al país el presidente Abraham Lincoln y el economista Henry C. Carey (1861–1876). La definición más autorizada de ese sistema americano es la que aporta el secretario de Hacienda estadounidense Hamilton, en sus más famosos informes al Congreso estadounidense, sobre el crédito público, un banco nacional y las manufacturas.

Tres principios dominan el sistema americano: 1) la soberanía absoluta de la república Estado nacional, incluído su monopolio soberano sobre la creación y administración de su crédito público y su banca pública; 2) la responsabilidad primordial del gobierno nacional y los estatales por el desarrollo y la regulación de la infraestructura económica básica; 3) el uso de los medios del control soberano sobre el crédito público, la banca y la infraestructura económica básica para promover la empresa privada en la agricultura, la industria y dominios afines.

La importancia de mi obra ha sido principalmente la de aclarar los aspectos antes ambiguos de dicho sistema americano. Ahora aplicaré estas consideraciones combinadas para definir "el síndrome del Cerrado".

Yo mido el desempeño de la economía nacional y mundial con una regla práctica que describo como la densidad relativa potencial de población. Esto significa la comparación de insumos físicos y productos físicos medidos per cápita y por kilómetro cuadrado. Estas mediciones se deben hacer desde el punto de vista de ciclos funcionales de no menos de una a dos generaciones, tal como lo he ilustrado con las estadísticas de referencia.

En esta visión a largo plazo de una o más generaciones, evalúo el corto y mediano plazo, y cambios locales en aspectos funcionales de las economías, desde el punto de vista de su efecto sobre las pautas cíclicas de largo plazo previstos con anterioridad.

Es extremadamente importante subrayar en este punto que el intento de medir el desempeño de las economías nacionales principalmente en términos contabilidad financiera o, lo que es peor, desde el punto de vista de la suma total de empresas y localidades individuales, es absurdo y hasta desastroso a plazos mayores. En consecuencia, la contabilidad normal empleada hoy en día para el ingreso nacional y el producto nacional en las evaluaciones nacionales e internacionales, es inherentemente engañosa, y ha sido desastrosamente engañosa en la mayor parte de las últimas tres décadas.

También debemos proceder a partir de ciclos de largo plazo, con unidades funcionales de contabilidad para economías enteras, tanto nacionales como internacionales.

El modo más simple de demostrar esto es hacer notar que la productividad física relativa neta de una empresa individual depende de factores externos como el estado relativo de desarrollo de la infraestructura económica básica, como transporte, energía y recursos hidraúlicos. De modo semejante, la calidad y el nivel de la educación, y el nivel de vida físico y cultural prevaleciente en los hogares, son un determinante externo principal del potencial productivo interno de la empresa individual.

Nos encontramos con tales efectos repetidamente en el estudio del problema del subdesarrollo en las economías nacionales. La introducción de industrias avanzadas en las economías nacionales es benéfica en principio; pero, si el nivel de desarrollo general de la infraestructura y de la población es relativamente pobre, el desempeño incluso de empresas individuales avanzadas se verá incapacitado por el pobre desarrollo de la economía nacional en su conjunto.

Esto nos lleva a la cuestión del crédito nacional, en especial el uso de dicho crédito para movilizar una recuperación económica a partir de una desastrosa depresión mundial como la de principios de los treinta, o el peor desmoronamiento actualmente en marcha.

Expansión del crédito


Es urgente que todo gobierno hoy en día observe las semejanzas decisivas entre las medidas de recuperación que tomó el presidente Franklin Roosevelt, y las propuestas —recientemente famosas— que hiciera el doctor Wilhelm Lautenbach en una reunión secreta de la Sociedad Federico List celebrada en 1931 en Berlín.

Dada una situación en la que la economía física de una nación ha caído muy por debajo de lo requerido para mantener el equilibrio a largo plazo, lo cual constituye el estado de todas las naciones de América y Europa hoy en día. Dada la dificultad adicional de que recientemente ha habido un desplome del capital financiero nominal, en el orden del equivalente a decenas de billones de dólares estadounidenses, y que de ningún modo se ha tocado fondo hasta ahora.

El objetivo obvio de los gobiernos y de las empresas privadas debe ser aumentar el empleo en la producción física por encima del equilibrio a largo plazo, y hacerlo rápidamente. Dada la existencia de fuerza laboral ociosa y el creciente desempleo en masa, ¿dónde se encuentra el crédito a largo plazo, con interés simple anual de entre 1 y 2 por ciento, necesario para preparar el motor de la economía?

Es cierto que en el caso de la Alemania de Hitler, de marzo de 1933 al estallido de la guerra, los intereses financieros británicos y de Nueva York que acababan de poner a Hitler en el poder le permitieron al agente británico Hjalmar Schacht girar crédito para la movilización bélica con la que se intentaba entonces producir la destrucción de Alemania por los aliados anglofranceses en el momento en que Alemania estuviese atrapada en una prevista invasión napoleónica a la Unión Soviética. A falta de tan curioso respaldo como el que aportaron los sostenes financieros de Hitler en Londres y Nueva York, ¿a dónde se dirige una economía nacional para encontrar el crédito necesario para iniciar una recuperación general económica física?

En semejante coyuntura, la única posibilidad de obtener las formas de crédito necesario a largo plazo es la facultad del Estado nacional soberano de declarar al sistema financiero existente en reorganización por bancarrota, y de emitir crédito público a largo plazo y a bajo precio para inversiones a gran escala en la erección de infraestructura económica básica. Los ingresos de los recién empleados, los créditos para adquirir los suministros necesarios y el estímulo al mercado de abastecedores y al mercado de consumidorres, proporcionan el impulso inicial al torrente necesario de la recuperación económica.

Prácticamente todas las economías del mundo, en especial las de Europa y América, se encuentran en tal situación desesperada, realmente una situación mucho peor en sus rasgos fundamentales que la de principios de los treinta. Brasil de ninguna manera está solo en este predicamento.

Brasil debe considerar ahora tales asuntos del siguiente modo doble: internamente, y en su relación con los Estados vecinos de América. El desarrollo infraestructural de la región ribereña del Amazonas y del Cerrado ejemplifica el paquete más amplio de medidas necesarias para una utilización exitosa del crédito público.

Estas medidas se deben ver desde el punto de vista provechoso de la noosfera que describí resumidamente.

Sudamérica es un continente de enormes recursos naturales, vírgenes en su mayoría. El obstáculo principal al aprovechamiento físico de estos recursos es la falta de infraestructura económica básica en los renglones de transporte, energía y obras hidraúlicas de gran escala. El objetivo debe ser definir al continente como una noosfera unificada, que sus habitantes deben administrar.

El objetivo de la administración no es mantener a la biosfera en su estado presente, sino llevarla a un estado relativamente elevado de salud, lo cual sólo la humanidad puede hacer. Se la debe ver como una enorme granja, la cual, como a una selva virgen, se debe mejorar y mantener para que las riquezas fluyan mientras que aumenta la fuente de dichas riquezas de manera saludable. No debemos considerar al hombre, insensatamente, como un parásito que caza y recoge de la biosfera; debemos considerar al hombre como transformador de la biosfera, para elevarla a niveles superiores de fecundidad y buena salud que nunca pudiera alcanzar sin la intervención deliberada del hombre.

Esta es, de hecho, la única opción de Brasil para su supervivencia a largo plazo como nación. Es la única posibilidad para ese continente entero, actualmente en peligro. La realización del potencial del Cerrado ejemplifica la idea de misión que le urge adoptar actualmente no sólo a Brasil, sino al continente en su conjunto. Eso es lo que quiero decir con "el síndrome del Cerrado".

Lo cual nos lleva a considerar el cuarto elemento, el más decisivo, de la infraestructura económica básica: la educación, concebida y dirigida como una fuerza propulsada por la ciencia para la economía en su conjunto.

El principio fundamental de una ciencia de economía física es la noción de principio de la distinción que coloca al hombre y a la mujer aparte y por encima de todas las demás criaturas vivas, la cualidad de razonamiento no deductivo llamado cognición. En la ciencia física, esto significa que la vida no se puede derivar de procesos no vivos, y la cognición no se puede derivar de los procesos vivos en general. Cada uno de estos tres son espacios-fase respectivamente distintos. Para utilizar un lenguaje científico preciso, en la geometría física riemanniana, hablamos de éstos en tanto espacios-fase multiconexos de una forma diferencial de geometría física en despliegue. Esto lo demostraron Vernadsky y otros experimentalmente de un modo, y yo de otro.

En el lenguaje del lego, estos tres conjuntos de principios siempre coexistieron e interactuaron en el universo físico en su totalidad; su aparición en las formas modernas de procesos abióticos, vivos y cognoscitivos se ha de reconocer como exprsión de dichas raíces antiguas.

Esta función de la cognición la humanidad la expresa en la forma típica de un descubrimiento original de un principio físico universal demostrado experimentalmente. Cuando comparte el acto de descubrimiento, como ocurre en el modo de educación general humanista clásica, esa humanidad construye gradualmente un repertorio de aptitudes cognoscitivas interconexas para imponer transformaciones exitosas, tanto en el comportamiento humano como en el universo sobre el cual actúa el hombre.

La posibilidad de aumentar el ritmo de progreso de la humanidad, en lo económico físico y en otros respectos, depende del grado en que esta acumulación de conocimiento cognoscitivo de principios se mantiene y acelera en provecho de la población en general. En este sentido, un sistema educativo, encargado así con esta misión, se convierte en la inversión pública de mayor rango para mantener y mejorar la infraestructura económica básica de la nación en su totalidad.

Obras congruentes con "el síndrome del Cerrado" sacarían sana y salvo al Brasil de la crisis presente. La misión de desarrollar sistemas educativos como fuentes de progreso cultural general, científico y tecnológico, llevará al Brasil y al continente a un futuro brillante.

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