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Literatura Artículos especiales por Carlos Wesley En una encuesta realizada en el 2002, algunos de los escritores más importantes del orbe, en representación de casi todos los continentes, desde África hasta Australia, Europa, Asia y las Américas, seleccionaron a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como la mejor novela del mundo. "Si hay una novela que debes leer antes de morir, ésa es Don Quijote", dijo el escritor nigeriano Ben Okri.(1) Esta opinión la comparte de todo corazón nuestro grupo de estudio, el cual empezó a leer Don Quijote, en voz alta, hace dos años. Terminamos la Parte primera de esta obra maestra del siglo 17, de Miguel de Cervantes Saavedra (15471616), publicada en 1605, y ahora estamos leyendo la Parte segunda, que Cervantes publicó diez años después, en 1615. Para nosotros, leer el Quijote ha sido una empresa por demás placentera, algo que deberías considerar hacer. Al hacerlo, te unirías a muchos otros, incluyendo a los padres fundadores de Estados Unidos, que han leído y disfrutado del Quijote por casi 4 siglos. La novela de Cervantes se ha traducido a la mayoría de los idiomas del mundo. Una de las primeras traducciones es la de Thomas Shelton al inglés, en 1607. Shelton formaba parte de los círculos de William Shakespeare.(2) Después de la Biblia, el Quijote es la obra literaria más difundida en el mundo. Ha inspirado incontables películas, y obras de poesía, teatro y de música, como es el caso del compositor inglés Henry Purcell, ya desde el siglo 17, y del buen amigo de Juan Sebastián Bach, Georg Philip Telemann (padrino del hijo de Bach, Carl Philip Emmanuel), quien compuso la famosa suite Don Quijote, sin olvidar a Gaetano Donizetti, Félix Mendelssohn y muchos otros.
Un espejo a la sociedad Como casi todo mundo sabe, la trama básica del Quijote trata de las aventuras de un miembro de la clase terrateniente venida a menos de la España de fines del siglo 16, quien, enloquecido por leer tantos libros de caballería, decide él mismo convertirse en un caballero andante y, junto con su vecino, el campesino Sancho Panza, a quien promete el gobierno de una "ínsula" a cambio de sus servicios como escudero, decide viajar por España. En su camino, se encuentra con aristócratas, burócratas y ladronzuelos, comerciantes, soldados, sacerdotes y monjes, duques, duquesas, y prostitutas, 669 personajes en total, quienes representan al verdadero pueblo español de la época: la nación más poderosa del mundo, pero que va que vuela a su ruina inexorable por la estupidez de su pueblo y por las políticas de los reinantes Habsburgo, en particular las de Felipe II (15271598) y su hijo, el indolente y venal Felipe III (15981621). En tanto que el primero emprendió una cruel, pero vana política de represión hacia los Países Bajos, fue en el reinado del último que se concretó la expulsión de la población musulmana de España, empezando en 1609, que completó el proceso de limpieza étnica iniciada poco más de un siglo antes, con la expulsión de los judíos españoles (14511504) en el reinado de la bisabuela de Felipe III, la reina Isabel la Católica. A lo largo del viaje de don Quijote y Sancho Panza, además de presentarle a sus contemporáneos un espejo en el cual poder ver sus fortalezas, así como las locuras que los los llevaron a este triste trance, Cervantes les muestra (y a nosotros) como salir del lío, entre otras cosas, en las enseñanzas que don Quijote le da a Sancho sobre cómo gobernar; lecciones que éste aprende bien, como veremos más adelante, cuando gobierna la "ínsula Barataria" de manera ejemplar (esto es, hasta que enfrenta una situación nueva que no concuerda con los axiomas con los que venía conduciéndose, que es cuando Sancho es incapaz de cambiar o no quiere hacerlo y renuncia al cargo). Muchos niveles de significado Aunque por supuesto uno puede disfutar mucho leyendo el Quijote por su cuenta, leerlo en voz alta en un grupo brinda un sentido más elevado de gozo y entendimiento, como hemos aprendido en nuestro círculo de estudio. Nuestro grupo nació en el 2000, cuando este autor asumió mayores responsabilidades editoriales en las publicaciones en español del movimiento internacional que encabeza Lyndon H. LaRouche, y se dio cuenta de que necesitaba pulir sus propias habilidades lingüísticas, y las de un par de sus jóvenes colaboradores. Conociendo por experiencia los saludables efectos de leer el Quijote, propuse que los tres nos reuniéramos ocasionalmente a estudiar algunos pasajes. Para mi sorpresa, en la ocasión de nuestra primera reunión, no sólo vinieron los jóvenes, sino también varios colegas que querían unirse a la diversión. En un momento dado nuestro grupo pasó de 20 personas una cantidad algo difícil de manejar pero a la larga bajó a un nivel mucho más manejable de entre 10 y 12 personas. Desde el principio establecimos unas cuantas reglas sencillas para facilitar la participación: que nos reuniríamos una vez a la semana, por no más de una hora; que empezaríamos a la hora indicada (las más de las veces, ¡como fuera!), sin importar cuántos estuvieran presentes; y que terminaríamos a la hora acordada. De esta forma, cualquiera podría organizarse para participar en las lecturas, sin preocuparse de interrumpir su trabajo u otra actividad. Otra regla fue que todos leeríamos por turnos y en voz alta.
Aunque llevamos más de dos años, y estamos a poco más de la mitad del libro, ha sido muy divertido, al grado que nadie tiene prisa por terminarlo. "Pero, ¿qué dices? ¡Esto es lo mejor de la semana! Esto es lo que estoy esperando", comentó un miembro del grupo una vez. Qué mejor testimonio del poder del libro, que el hecho de que haya captado la atención de la composición tan diversa de nuestro círculo de lectura, por tanto tiempo. Nuestro grupo incluye (o ha incluido en diferentes momentos) trabajadores agrícolas hispanos, con poca educación formal; estudiantes de primaria y secundaria de habla hispana; hispanos con un nivel secundario o universitario; estadounidenses con un grado secundario o universitario, cuyo dominio del español varía de rudimentario al de casi una lengua natal. Y aunque no a todos sacamos el mismo provecho del libro (¿cómo podríamos?), todos disfrutamos el reunirnos una hora a la semana, leyendo por turnos una parte, en tanto que el líder del grupo a veces este autor, otras alguien más, que se ha tomado el tiempo para estudiar el capítulo a leer de antemano, presenta la definición de los términos que pudieran ser desconocidos (que no son tantos como pudiera pensarse, pues el español de Cervantes es notablemente moderno), o explicaciones literarias, históricas, o alusiones populares, etc. La única cosa que procuramos evitar es "explicar" lo que Cervantes "quiso decir", pues hemos aprendido que hay niveles y más niveles de significado ocultos en las ambigüedades del Quijote, que uno descubre cual pelar una cebolla, como diría LaRouche. Tomemos este ejemplo de la Parte primera, Capítulo IX:
Algunas de estas ambigüedades como las rabelaisianas, (3) "con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle" prácticamente hace brincar en su asiento a cualquiera que lee el libro. Sin embargo, descubrimos que se alcanza una comprensión mayor al leer en voz alta, y del proceso de discusión que hay en un grupo. Esto no es accidental, porque Cervantes diseñó el libro para leerse en voz alta; una necesidad en ese entonces, pues se calcula que apenas el uno por ciento de la población de España sabía leer y escribir, y la situación no era mucho mejor en el resto de Europa. Tan es así, que a lo largo de la Parte primera del Quijote Cervantes describe grupos de pastores en el campo, o viajeros que se reúnen en alguna venta, para escuchar a alguien leer un libro u otra cosa. Y luego, en la Parte segunda, Cervantes nos muestra a un grupo de personas ¡que se reúne para hablar de la Parte primera de Don Quijote! Dos ejemplos de cosas entendimos mejor como resultado del trabajo conjunto los tenemos en el Capítulo LII, el último de la Parte primera, titulado, "De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los diciplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor". El primero, es la reacción de Sancho Panza al ver a su amo tendido en el suelo tras haber sido vapuleado por un grupo de disciplinantes religiosos, a quienes don Quijote había atacado, creyéndolos secuestradores.
El discurso de Sancho es divertido, en particular la parte en la que describe a don Quijote como "humilde con los soberbios y arrogante con los humildes", que a primera vista pareciera un ejemplo de la bien sabida proclividad de Sancho a torcer el lenguaje. Pero, ¿es ese el caso? Aunque este autor de ningún modo es lo que llamaríamos un experto en Cervantes, he leído el Quijote muchas veces por mi cuenta. Sin embargo, en lecturas previas, a mí y a otros en el grupo que ya habían leído el libro antes me pasó desapercibido el verdadero chiste, el cual sólo capté en el proceso deliberativo del grupo: es decir, que Sancho no está hablando impropiedades; su descripción de la conducta de don Quijote como "humilde con los soberbios y arrogante con los humildes", ¡es absolutamente cierta! Esto se ve un poco antes, en el Capítulo XLIV, "Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta", la única ocasión en la Parte primera donde alguien le pide a don Quijote que ejerza su profesión de caballero andante.
Encarando a la sociedad española
En el segundo ejemplo del Capítulo LII de la Parte primera, Cervantes enfrenta las supersticiones, el falso sentido del honor y otros defectos de la España de los siglos 16 y 17, con la fina ironía que lo caracteriza, para obtener el efecto más devastador. Éste es la pelea con los disciplinantes, que antecede inmediatamente a la escena con Sancho arriba descrita.
Sancho intenta detenerlo:
Desatendiendo los ruegos de Sancho, don Quijote se aproxima a la procesión:
Desde luego, ellos no le dieron "la deseada libertad que merece". Al contrario, se burlan de don Quijote, provocando su ira; él saca su espada y embiste, recibiendo por respuesta una golpiza. Toda la escena es para morirse de risa, y al confundir don Quijote a los disciplinantes con secuestradores, recordamos el famoso incidente donde ve los molinos de viento como gigantes. Pero, una vez más, el proceso de discusión del grupo descubrió otro nivel de significado. Este es, que don Quijote está tiene razón al decir a los que cargan la imagen, "quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros", y que "la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho", de lo que sus "lágrimas y triste semblante dan claras muestras". Y así es, pues quienes llevan la imagen son "diciplinantes", o flagelantes. Esto lo confirma la respuesta de uno de los clérigos cuando don Quijote enfrentó a la procesión: "Si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes". Así, don Quijote no está asaltando "nuestra fe católica" como Sancho teme, ¡sino a aquéllos incluyendo a la Iglesia española dominada por la Inquisición que se pervierten entregándose al sadomasoquismo en su nombre! Esto es, que la Inquisición, que impuso el dogma, el control del pensamiento, en vez de una fe basada en la razón, ciertamente "secuestró a Nuestra Señora"; y que don Quijote, cuya locura le permitía ver y decir la verdad, como la inocencia del niño en el cuento de "El traje nuevo del emperador", señala lo obvio (esto es aun más explícito en el Capítulo IX de la Parte segunda, donde Cervantes presenta a don Quijote diciendo: "Con la Iglesia hemos dado, Sancho"). En esto, Cervantes sigue las enseñanzas de Erasmo de Roterdam, quien, junto con sus aliados y copensadores incluyendo a François Rabelais, santo Tomás Moro, y a los humanistas españoles Luis Vives, Pedro de Lerma, los hermanos Juan y Alfonso Valdez, así como el científico Miguel Servet (a quien Juan Calvino quemó en la hoguera por hereje), intentó acabar con el feudalismo, reformando a la Iglesia y eliminando toda superstición y dogmatismo fanático, y detener así las perversidades hermanas de la Reforma y la Contrarreforma, las cuales, lanzadas y controladas por Venecia, desangraron a Europa por todo el siglo 16 y todavía más en el siglo 17, durante la guerra de los Treinta años, hasta la Paz de Westfalia en 1648. Cervantes fue un erasmista. Su primer mentor fue el clérigo y educador español Juan López de Hoyos, el principal traductor de Erasmo de la época. En 1567 Cervantes estudió en la escuela de López de Hoyos en Madrid, y fue éste el primero que hizo los trámites para publicar las obras de Cervantes (a quien él llamaba mi "claro y amado discípulo"), en 1569. Fue también De Hoyos quien le consiguió a Cervantes un puesto en Italia, donde permaneció por cinco años. Paradojas y ambigüedades
Uno de los secretos de la grandeza de Cervantes es su maestría en el uso de lo que LaRouche describe como una comunicación humana apropiada: aquella que "se basa en las ironías, en las paradojas, en las metáforas, en las ambigüedades. Así que lo que dices tiene un doble o triple sentido. Un buen retruécano, no un retruécano estúpido de juego de palabras, sino un retruécano de verdad bueno, es una ambigüedad. Y lo que haces al plantear una ambigüedad, es decir, 'lo que te digo es esto', pero inquietas a la persona con la que hablas porque planteas una ambigüedad. Y dicen, '¿qué quieres decir en realidad?' Y haces lo mismo. Así que lo que haces al plantear una paradoja, es forzar la mente de la otra persona para que pase por el proceso de resolver la paradoja. Y Así, comunicas un significado que no se encuentra en una lectura literal de la palabra, como una sucesión de referencias de objetos, sino que tiene un significado escondido que la mente de la persona del otro lado de la conversación es capaz de reconocer".(4) Entonces, agrega LaRouche: "Lo importante en la comunicación es la capacidad de crear paradojas en tu forma de expresarte que obliguen a la mente del que escucha a buscar el significado de lo que expresaste más allá del dominio literal de los objetos de la percepción sensorial conocida". Y esto es exactamente lo que Cervantes hace en el Quijote, como puede verse en los ejemplos anteriores. Pero esto va más allá: Cervantes no sólo plantea paradojas en casi cada escenas del Quijote, sino que la mayoría de sus personajes son ellos mismos paradojas. Don Quijote es un loco de atar, que se cree que, para crearlo, Cervantes se inspiró en Felipe II, un monarca que empezó con buenas intenciones, pero que llevó a España a la ruina por su adherencia a los intentos de darle marcha atrás al Renacimiento, así como a los dogmas teocráticos impuestos a la iglesia tras el Concilio de Trento de 1536.(5) Pero, en todo lo que no tiene que ver con la caballería andante, don Quijote prueba ser el individuo más sabio; por ejemplo, como demuestra el consejo universal que le da a Sancho en el Capítulo XLII de la Parte segunda:
Y, sobre cómo ser un buen gobernante:
La mente soberana de la personalidad individualLas paradojas de Cervantes son ontológicas por naturaleza, en el sentido del "dominio de la ciencia física" de Riemann, como LaRouche lo define en "Límites aespacialesatemporales en Leibniz".(6) LaRouche muestra cómo el experimento de Eratóstenes para poner a prueba el supuesto de que "la Tierra es plana" el supuesto de que el sujeto del experimento existe en un espaciofase bi dimensional produjo pruebas de que exhibe una desviación de la simple extensión lineal, requiriendo de la introducción de un espaciofase tridimensional. Como en el caso del experimento de Eratóstenes, "podemos demostrar, de un modo que nuestras creencias establecidas no puedan objetar, que el hecho inquietante tiene el mismo género de autoridad experimental que hasta ese momento le hemos atribuido a nuestra hipótesis establecida. Con todo, la existencia eficiente del hecho recién demostrado no se puede aceptar como teorema válido de la hipótesis establecida. De modo que estos dos conjuntos de hechos, comprobados por igual, no pueden coexistir en el universo aparente en el que creíamos habitar. Una genuina paradoja". No puede negarse, dice LaRouche, que esas dos clases de hecho cohabitan en el mismo universo. "Enfrentados a tales paradojas, los descubridores originales han generado ideas que resultan ser soluciones. Si podemos comprobar experimentalmente estas ideas, las llamamos 'nuevos principios físicos'. El problema es que, aunque podamos demostrar con métodos experimentales la existencia del principio descubierto, no podemos representar explícitamente, en las matemáticas o en ningún otro medio de comunicación, los procesos mentales, que se dan enteramente dentro de la mente individual, por medio de los cuales se generan esas ideas válidas". Lo que podemos hacer, es "repetir el descubrimiento dentro de nuestros propios procesos cognoscitivos soberanos". Cervantes no "nos dice" la solución, sino que, como en todo el arte clásico, nos incita a que "reproduzcamos el descubrimiento dentro de nuestros propios procesos cognoscitivos soberanos". En tanto que el carácter distintivo e indispensable del progreso, afirma LaRouche, es el avance científico y tecnológico, "los principios de la cultura artística clásica tienen relación indispensable con la capacidad de una población de asimilar y generar los beneficios del progreso científico y técnico". Piensa, por ejemplo, en el efecto que el Quijote, con su vocabulario de más de 9.000 palabras, tuvo sobre un campesinado español ¡cuyo vocabulario promedio se calcula contaba con apenas quinientos vocablos (o incluso menos)! Sin mencionar el cuerpo entero de las obras de Cervantes, con un vocabulario total combinado de entre 15.000 y 20.000 palabras. En elogio de la locura Además de elevar el vocabulario de sus compatriotas, Cervantes buscó elevar sus almas, para llevarlos al nivel de ciudadanos de una República que pueden autogobernarse. No se sabe si Cervantes compartía la perspectiva de Erasmo de que "en España apenas hay cristianos".(7) Pero no hay duda de que, en ese tiempo, a España la afligía profundamente una terrible enfermedad del alma, la cual los españoles llamaban honor. Un hombre de honor no trabajaba; aun el trabajo intelectual para ganarse la vida era considerado deshonroso. Uno debía cuidar las apariencias: los viajeros de otras partes de Europa se maravillaban de que casi todo el mundo en España presumía de tener alguna relación con la nobleza. Los artesanos llegaban al trabajo vestidos de punta en blanco, trabajaban poco, se daban su tiempo para almorzar y se retiraban en cuanto podían. Y, tan pronto ganaban un poco de dinero, al decir de estos viajeros, compraban algún título y se olvidaban del trabajo para siempre. En el Capítulo XLIV de la Parte segunda, el álter ego de Cervantes, el moro Cide Hamete Benengeli, en uno de esos raros pasajes del libro en que habla él mismo, exclama::
Aun más importante para el honor era la limpieza de sangre; esto es, no eran las virtudes de una persona las que determinaban su nobleza, sino la pureza de su linaje, que proviniera de una familia no contaminada por sangre judía o morisca. Es por eso que, en Don Quijote, Cervantes abordaba la sociedad española histórica específica una sociedad que estaba "patas arriba", que había perdido relación con la realidad, que rechazaba cualquier idea nueva, en especial del tipo que necesitaba para reproducirse contraponiendo la (aparente) locura de sus protagonistas a lo que se consideraba cuerdo en esa sociedad. Cervantes obliga al lector (como en el caso de la cueva de Montesinos, donde don Quijote pasa una experiencia que nos recuerda las sombras de la famosa cueva de Platón) a enfrentar y resolver el infame "¿qué es le verdad?" de Pilatos. En este sentido, el Quijote es tanto un elogio a la locura, como el famoso tratado de Erasmo de ese nombre. Y así son casi todas las demás obras de Cervantes, cuyo tema es casi siempre la locura de una sociedad que cree en las apariencias, al tiempo que niega la realidad. Sobre todo en la historia de El licenciado Vidriera y en el entremés El retablo de las maravillas, donde algunos pueblerinos permiten que un par de artistas timadores los embauquen para que digan que pueden ver la danza bíblica de Salomé, pues de admitir la verdad que no podían verla revelarían tener sangre judía. Así nos encontramos a Sancho en el Capítulo IV de la Parte segunda, diciendo: "Eso allá se ha de entender con los que nacieron en las malvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia de cristianos viejos, como yo los tengo". Nota el orgullo con que Sancho usa la palabra enjundia (grasa) en relación a su alma, que representa un ataque de los españoles contra las religiones judía y musulmana, ninguna de las cuales permite comer cerdo. Luego, en el Capítulo VIII de la Parte segunda, el mismo Sancho dice: "Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente, en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos". Arremeter contra molinos de viento creyendo que son gigantes, como lo hace don Quijote, es ciertamente una conducta loca, como el propio don Quijote reconoce en el Capítulo XVII de la Parte segunda:
Así que, ¿quién es el verdadero loco? ¿Don Quijote que arremte cotra molinos de viento, o el noble español que gana honor al lidiar un toro frente a su rey? De hecho, don Quijote empieza como un representante de la nobleza desocupada. Al principio del libro aparece como aquel que prefiere vivir en la pobreza decorosa, que trabajar su hacienda y poner en peligro su honor. Él emplea a un mozo de campo y a una sirvienta, y se ocupa en sus libros, que compra vendiendo lotes de sus tierras de cuando en cuando. Pero a medida que la novela continúa, vemos a él y a Sancho cambiar para bien, aprendiendo el uno del otro, haciéndose más nobles, en el verdadero sentido de la palabra, y, al hacerlo, dejándonos saber a los lectores que también nosotros podemos cambiar y alcanzar todo nuestro potencial, como lo hace Sancho cuando aprende a ser un buen gobernante. ¿Recuerdan cómo en el Capítulo XLIV de la Parte primera don Quijote rehusa tomar las armas contra "gente escuderil"? Compara ese incidente con lo que pasa en el Capítulo LII de la Parte segunda, cuando a don Quijote le vuelven a pedir que ejerza su oficio de caballero andante, en esta ocasión la madre de una joven que ha sido burlada por "un mal labrador: "Desde aquí digo que por esta vez renuncio mi hidalguía, y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y así, aunque ausente, le desafío y repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre que fue doncella, y ya por su culpa no lo es". La guerra de los rebuznos
Una de las historias que mejor muestran cómo cambia don Quijote a medida que avanza la obra, es la de la "guerra de los rebuznos", en el Capítulo XXV de la Parte segunda. Sancho y don Quijote se encuentran con un caminante que lleva una mula cargada de lanzas y alabardas. El hombre les explica que las armas son para una batalla entre dos pueblos enemigos, cuya enemistad nació cuando un regidor de uno de los pueblos perdió un asno. Un colega le dice al regidor que había visto el asno perdido en la montaña, y los dos se dan a la tarea de buscarlo. Después de buscar sin éxito por un tanto, uno de los regidores le dice al otro:
Estos sucede una y otra vez por un rato, confundiéndose constantemente uno al otro por sus rebuznos, hasta que hallan muerto al animal, devorado por lobos. De cualquier modo, dice el dueño, "a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto". Pero, ¡ay! La historia pronto se propagó y la gente de otros pueblos, al contacto con alguien del pueblo de los regidores rebuznadores, comienzan a burlarse de los "naturales del pueblo del rebuzno como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos". Al fin, cansados, deciden tomar las armas, "y formando escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla". El preciso día de la batalla, don Quijote y Sancho se aproximan a más de doscientos hombres armados con lanzones, ballestas, picas y otras armas, marchando detrás de muchas banderas. Una de ellas resaltaba, hecha de raso blanco, donde: estaba pintado muy al vivo un asno como un pequeño sardesco, la cabeza levantada, la boca abierta y la lengua de fuera, en acto y postura como si estuviera rebuznando; alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos: «no rebuznaron en balde El uno y el otro alcalde.»Por esta insignia sacó don Quijote que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno. Pero, en vez de sumarse a la batalla, como uno esperaría por su proceder previo, don Quijote quiere hacerle al pacificador.
Y, agrega, puesto que ningún hombre sólo puede
Una vez más, paradoja, ironía y ambigüedad. Las primeras cuatro razones que citada don Quijote parodian el código feudal de honor. Pero, "la santa ley que profesamos", que nos ordena hacer el bien a nuestros enemigos, es sobre una verdadera idea generativa. En cierto sentido, a don Quijote, el loco, lo define su característica más decisiva, su mente; y por ser de la mente, y no del mundo material, es un ser de verdad espiritual, que es la razón por la que sus acciones no tienen dolo y las guía (extravía) el amor. Ágape Lo que don Quijote describe es el principio del ágape, el término griego que usa san Pablo en Corintios 1:13, y que a veces se traduce como "caridad", otras como "amor" desinteresado; no por una persona u objeto específico, sino como el amor de Cristo, dispuesto a morir por toda la humanidad, o el de Juana de Arco, quien rindió su vida en un acto sublime de sacrificio, para dar nacimiento a Francia. En todo el Quijote, Cervantes despliega ágape contra los prejuicios étnicos y de otra índole de sus compatriotas, y al atacar con tanto amor los pecados de sus personajes al tiempo que les dice a los pecadores, "tú eres mejor que esto", muestra que a sus personajes y por inferencia, sus lectores puede inducírseles a cambiar, puede organizárseles para que salgan del fango. Cervantes demuestra esto en todo el libro; empezando cuando don Quijote, en su primera salida, se dirige a dos prostitutas que ejercen su oficio en una venta, como a damas que merecen ser tratadas con dignidad; o en su insistencia de que liberen a los galeotes, "gente forzada del rey, que va a las galeras" sentenciada por un crimen, "porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres". Y luego está la relación entre el hidalgo don Quijote y su escudero Sancho, donde don Quijote busca elevar al campesino analfabeta hasta el grado que pueda gobernar, cosa que logra; mientras que, al mismo tiempo, Sancho le enseña al autoproclamado defensor del orden feudal que los siervos no son ganado, sino seres humanos; de manera que, en el proceso, dejan de ser amo y sirviente, y se hacen iguales, y amigos. "Y más, que mientras se duerme, todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuesa merced mira en ello, verá que sólo vuesa merced me ha puesto en esto de gobernar; que yo no sé más de gobierno de ínsulas que un buitre; y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno", dice Sancho al momento de asumir el gobierno de Barataria. "Por Dios, Sancho dijo don Quijote que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas". Quizá es esta efusión de Cervantes de ágape, de amor desinteresado, lo que explica la popularidad del libro después de casi cuatro siglos. Nada expresa mejor esto que la actitud de Cervantes hacia los musulmanes. Si había alguien que justificadamente podía tener aversión por los moros, e incluso odiarlos, ese era Cervantes. Él combatió como soldado contra los turcos en muchas batallas, incluyendo la famosa batalla naval de Lepanto, donde resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda. De regreso a España de la campaña militar, él y su hermano fueron capturados por piratas al servicio de los otomanos, y fue forzado a servir cinco largos años como esclavo en Argelia, antes de que lo rescataran. Sin embargo, él le atribuye la autoría de su libro al "historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli", y asegura haber contratado a un moro del barrió de Alcaná de Toledo que hablaba español, para que lo tradujera del árabe, "y no fue muy dificultoso hallar interprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara". Hace que Benengeli inicie el Capítulo VIII de la Parte segunda diciendo: "¡Bendito sea el poderoso Alá!... ¡Bendito sea Alá!" Y uno puede imaginarse muy bien el efecto que esto tuvo en España entonces. Cuando habla de los linajes con Sancho, don Quijote dice que hay cuatro clases: el de los que tienen un origen humilde y alcanzan la grandeza; el de los que provienen de buena cuna y mantienen su grandeza; el de los que heredaron la grandeza y la perdieron, terminando como la punta de una pirámide volteada de cabeza; y el de la mayoría, que no tuvo una cuna, ni buena, ni razonable ni media, y que terminará igual, sin ningún renombre, es decir, el linaje de la gente plebeya y ordinaria. A lo cual agrega: "De los primeros, que tuvieron principio humilde y subieron a la grandeza que agora conservan, te sirva de ejemplo la Casa Otomana, que de un humilde y bajo pastor que le dio principio, está en la cumbre que la vemos". Pero lo de veras interesante tiene que ver con la expulsión de los moros de España, que sucedió cuando Cervantes estaba escribiendo la Parte segunda del Quijote. Sancho, una vez que deja de ser gobernador, se topa con unos peregrinos de camino a Santiago de Compostela. Uno de ellos le revela que es Ricote, el mercader moro que vivía en el pueblo de Sancho (Capítulo LIV de la Parte segunda).
Ricote le explica vio venir la orden de expulsión, así que salió a preparar un lugar donde asentar a su familia:
Su esposa e hija, aunque convertidas al catolicismo, terminaron exiliadas en el norte de África. "Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural". Ricote dice que ahora regresó a buscar un dinero que escondió cuando abandonó el país, con el que espera traer a su esposa y a su hija, Ana Félix, de Argelia, y llevarlas consigo a Alemania. Le ofrece a Sancho una recompensa si le ayuda a recuperar el tesoro, pero Sancho se rehusa, diciendo que no es codicioso y que cree que sería traición el ayudar a los enemigos del rey, aunque, de cualquier modo, no lo delatará.
Después (en el Capítulo LXV de la Parte segunda), tras muchas peripecias y embrollos, Ricote y su hija se reúnen en Barcelona, y obtienen el favor del Virrey y de otro ciudadano importante, don Antonio, en parte gracias a su amistad con Sancho y don Quijote.
¡Esta es una ironía exquisita! Tener al moro Ricote usando la opinión popular en defensa de la política de limpieza étnica y de la integridad del Gobierno de Felipe III, en tanto que dos miembros importantes de la nobleza española dicen sin ambages que puede sobornarse a la corte, y que los ciudadanos musulmanes de España y los de origen musulmán no representan una amenaza para el país, implicando así que es un error expulsarlos. Dentro y fuera de la novela
Una de las formas como Cervantes crea paradojas que el lector debe resolver, es mediante las historias que intercala o "encaja" (8) en la novela. Estas historias dentro de la historia, que leen o cuentan los personajes de la novela, como el cuento de "El curioso impertinente" crean otro nivel que los hace "reales" para el lector, quien las lee por sobre el hombro del personaje de la novela, por así decirlo. En la Parte segunda, Cervantes lo lleva a otro nivel aun: pone a los propios personajes a comentar sobre sus acciones anteriores, que ahora son parte de la "historia" universal, de modo que, desde la perspectiva del lector, los personajes aparentemente ya no son ficticios, sino reales, gente de carne y hueso. Así, en el Capítulo II de la Parte segunda, tras regresar de su primer viaje, don Quijote pregunta: "Y dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros?" Sancho responde que, "el vulgo tiene a vuesa merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato". En lo que toca a los otros dos grupos, los hidalgos y los caballeros, su opinión no es tan satisfactoria, informa Sancho. A lo que don Quijote agrega que, "dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos barones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia". Sancho trata de calmar la situación dándole a don Quijote una noticia sorprendente:
Sancho añade que el autor del libro es un tal "Cide Hamete Berenjena", algo diferente de su nombre correcto, Benengeli.
Mientras Sancho va en busca del bachiller Sansón Carrasco, don Quijote pondera el hecho de que se haya publicado un libro con sus aventuras, "pero desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas". Otra paradoja, pues si es ese el caso, lo que dice de don Quijote en el libro sería mentira.
Pronto, Sansón Carrasco llega con Sancho y se postra de rodillas ante don Quijote (en el Capítulo III de la Parte segunda), diciendo:
En el diálogo que sigue, queda absolutamente claro que Cervantes sabía con certeza la importancia universal de lo que había escrito, que su obra maestra no era producto de la casualidad, sino que concientemente estaba creando una obra para la eternidad (algo que Cervantes dice de forma explícita en su dedicatoria de la Parte segunda del Quijote al conde de Lemos, donde bromea diciendo que el emperador chino envió a un emisario para ofrecerle a Cervantes la conducción de una escuela en China, creada especialmente para que enseñara español usando el Quijote como libro de texto, pero que tuvo que rechazar la oferta porque el emperador no le mandó dinero para cubrir los gastos de su viaje).
Puesto que esta conversación tiene lugar en la historia sólo un mes después de que don Quijote y Sancho regresaron de su primer viaje, es simplemente asombroso que más de doce mil copias estuvieran ya en circulación, sobre todo en esa época, cuando los libros eran caros y poca gente sabía leer.
Don Quijote le pregunta entonces a Sansón: "¿Qué hazañas mías son las que más se ponderan en esa historia?" A lo que el bachiller responde:
El libro está tan bien escrito, comenta Sansón Carrasco,
En el marco de la España de la época, esto es absolutamente subversivo, pues al decir que en el libro no hay un pensamiento "menos que católico", de decir, que no se ciña al dogma establecido, le abre a los lectores la posibilidad de que tales ideas, de hecho, existen. No obstante, dice Sansón, alguna gente ha criticado al autor por omisiones menores en la Parte primera, como cuando le roban el asno a Sancho, y poco después le vemos montado en el mismo borrico. "Una de las tachas que ponen a la tal historia dijo el Bachiller es que su autor puso en ella una novela intitulada El Curioso impertinente; no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor don Quijote. [...] "Ahora digo dijo don Quijote que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere". Para esa época, ese comentario aparentemente inocuo es en realidad una idea subversiva: que el libro lo concibió el "sabio", el propio Cervantes, en libertad, conforme a un principio ordenador; uno que se desprende con libertad del plan preconcebido del autor y sigue su propia verdad interna, al igual que la vida misma, a diferencia de la camisa de fuerza doctrinaria que asfixiaba a España en ese entonces. Como un escritor notó, Cervantes usa a Platón y al "inquisitivo 'san Sócrates' " contra "el rígido universo erigido por 'san Aristóteles' y ratificado por el Concilio de Trento", de estructuras dogmáticas externas impuestas desde arriba, en las que el lugar de todos está determinado para siempre por el linaje, y a la gente se le dice qué pensar y se le advierte que no se aparte de la doctrina. Carrasco señala que el autor de un libro se expone a un gran riesgo, "siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren" También promete tener cuidado de "acusar al autor de la historia, que si otra vez la imprimiere", incluya las correcciones de las omisiones sobre Sancho de la Parte primera.
Si se escribe una segunda parte, dice Sansón, será para que el autor gane algún dinero. A lo que Sancho responde:
Detengámonos un momento, pues a estas alturas ya habrás hecho el descubrimiento que hizo estallar de emoción a nuestro grupo cuando llegamos a esta parte del libro, y quizás necesites saborearlo y reflexionar al respecto. Recapitulemos juntos. Empezamos donde don Quijote le pregunta a Sancho la opinión de la gente del pueblo, esto es, de otros personajes dentro de la novela. Luego, Sancho le informa la noticia de que se ha publicado un libro sobre sus aventuras, algo que es verdad en el mundo real, opuesto al mundo ficticio del pueblo. Tenemos entonces la historia desarrollándose en dos planos: el pueblo ficticio y el mundo real, donde sí existe un libro llamado Don Quijote, el cual tú, el lector, tienes en tus manos. Sansón Carrasco entra a escena y confirma que el autor es un moro, Cide Hamete Benengeli, quien lo escribió en árabe, que ha sido traducido al castellano por un moro que habla español, y la voz de quien explica todo lo anterior; de modo que ahora tú, el lector, estás tratando con tres "autores", si no es que más, pues en en el Capítulo V de la Parte segunda se menciona a otro "traductor": Cervantes, cuyo nombre aparece en el libro que tienes en las manos, Benengeli, el moro traductor y la tercera voz. Entonces tienes a Sansón, a don Quijote y a Sancho como personajes ficticios (?), quienes se mueven entre el pueblo y el mundo real, en un diálogo contigo, tal como los actores en el escenario se apartan para hablar con el público, comentando sobre el libro, atreviéndose incluso a criticar a su creador, el autor del mismo. Entonces, la obra teatraly es una obra teatral se desarrolla en todos estos niveles diferentes, con todas esas voces diferentes, dentro del escenario de la mente del lector, tú, como si fuera una pieza polifónica de Bach, que te convierte, por turnos, en uno de los personajes del libro, al tiempo que estás afuera y por encima de las acciones y los personajes ficticios.
Como comenta William Byron en su biografía de Cervantes: "Los lectores se convierten así en personajes de la novela, considerando los sucesos que acontecen fuera de su esfera. Los protagonistas especulan sobre si habrá una segunda parte de su historia y le hacen recomendaciones al autor (¿cuál autor?) de cómo debiera contarse; un comentario sobre el registro de sucesos que aún no han realizado protagonistas sólo parcialmente informados de sus porpios pasados. La secuencia se ha comparado con la pintura de Velásquez 'Las meninas', en la que el artista, la princesa que está pintando y los cortesanos que miran, aparecen de forma que colocan al espectador de forma simultánea tanto fuera como dentro del cuarto". Estamos pues, ante una novela realmente filosófica, en el sentido platónico, donde la necedad de una sociedad que cree en las apariencias es enfrentada con el mundo real, y a los lectores se les enseña cómo descubrir la realidad; una novela que abre la mente de sus lectores a la verdad, al ágape que es lo mismo por medio de la ambigüedad la ironía, la paradoja y la metáfora. Don Quijote está loco, es cierto, pero porque la ideología lo incapacita como a la gente de España entonces, con todo, él es consciente de que su conducta es excéntrica (o, al menos, que así podría parecerle al mundo exterior). Es digno de atención que Cervantes escribió el Quijote cuando ya era un anciano; de hecho, la mayoría de sus escritos que sobreviven se publicaron en la última década de su vida, empezando con la Parte primera del Quijote, en 1605, y seguida ocho años después por las Novelas ejemplares, en 1613; el Viaje del Parnaso, en 1614; las Ocho comedias y ocho entremeses y la Parte segunda de Don Quijote, en 1615; y Persiles y Segismunda, la cual terminó justo antes de morir, en 1616. Después de regresar a España de su cautiverio en Argel, Cervantes emprendió una carrera relativamente exitosa como novelista (La Galatea, que le vendió a un editor en 1584) y autor para las tablas ("compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofrecieses ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas"). Pero, a partir de 1585, Cervantes no publicó nada en 20 años, durante los cuales trabajó como comisario en la Armada Invencible, lo excomulgaron, y lo encarcelaron en dos o tres ocasiones por lo que hoy llamaríamos "irregularidades fiscales". ¿Por qué? El cuento usual es que el popular Lope de Vega a quien Cervantes acusó de ser un familiar, es decir, un agente, de la Inquisición tuvo tanto éxito en imponer su estilo como dramaturgo, que Cervantes se sintió incapaz de competir y se vio obligado a retirarse. Pero, aun asumiendo que Cervantes, quien se rehusó a seguir lo que el consideraba el estilo anticlásico de Lope, ya no encontrara público en el teatro, no había razón para que no continuara su carrera de novelista. Después de todo, La Galatea fue un libro con bastante éxito. Una explicación más posible es la del clima político de España entonces. De hecho, la primer incursión literaria pública notable de Cervantes tras su largo silencio se suscita después de la muerte de Felipe II, en un poema satírico que escribió con motivo de los servicios fúnebres a celebrarse en Sevilla para el Rey en noviembre de 1598, pero que tuvieron que posponerse por un mes, luego de haberse iniciado, por una disputa entre la Inquisición y la Audiencia ¡respecto a quién tendría precedencia en el orden de los asientos! Cervantes tenía en gran aprecio este poema, como él mismo señala en el Viaje del Parnaso.
El Quijote acaba con la muerte de don Quijote, quien recobra su sano juicio justo antes de morir. "Yo fuí loco, y ya soy cuerdo; fuí don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno". Le da a Sancho algo de dinero y le dice, entre otras cosas: "Y si como estando yo loco fuí parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera". Y, de hecho, un reino es lo que Cervantes nos ha dado en su libro Don Quijote; uno que, esperemos, al haberle echado un vistazo en estas páginas, te sientas invitado a visitar de inmediato, para abrirlo, leerlo y disfrutarlo. Y la mejor forma, por supuesto, sería hacerlo en voz alta, con un grupo de amigos con los cuales compartir el amor y la risa, y el compromiso por cambiar. _______________________ ___________________________________________________________________________________
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El Quijote y los padres fundadores de Estados Unidos Quizá no exista un grupo de estadistas que haya disfrutado tanto Don Quijote, como los padres fundadores de Estados Unidos. "Estimado señor he recibido sus cartas del 29 de octubre y del 9 de noviembre. La última me fue entregada de mano por el Coronel Henry Lee, con cuatro volúmenes de Don Quijote que me hizo el honor de enviarme. Lo considero como una muestra de sus estima que aprecio altamente, y que merece mi más sincero reconocimiento. Debo suplicarle, mi estimado señor, acepte mis mejores agradecimientos por ello". Así escribe George Washington en una carta enviada en Mount Vernon el 28 de noviembre de 1787, a Diego Gardoqui, primer embajador de España en EU. Durante la Revolución Americana, Gardoqui había servido como conducto de los millones de libras que los españoles donaban a la causa americana. La contribución financiera de España a la Revolución Americana fue equivalente a la de Francia, en donde Gardoqui fue la contraparte española al francés Caron de Beaumarchais, autor del libreto en que está basada la ópera de Mozart Las bodas de Fígaro. Washington no pudo leer los cuatro volúmenes de Don Quijote obsequiados por Gardoqui, los cuales aún pueden verse en su biblioteca de Mount Vernon, pero si leyó una traducción al inglés que obtuvo poco después. Don Quijote fue también un favorito de Alexander Hamilton. John Adams (quien siempre lo llevaba en sus alforjas al viajar), y Thomas Jefferson. Jefferson, le dijo a su yerno Thomas Mann Randolph Jr., que pensaba que después del francés, el español era el lenguaje moderno "más importante para un americano", dado que "nuestra conexión con España es muy importante y se vuelve más importante cada día. Además esta parte antigua de la historia de América está escrita fundamentalmente en español". Se supone que Jefferson ejercitó su español algunos días en 1784, mientras cruzaba el Atlántico camino a Europa, utilizando una copia de Don Quijote y un libro de gramática española prestado, según lo que después le contaría a John Quincy Adams en 1804. Adams tomó el comentario con un poco más de realismo: " Pero el señor Jefferson cuenta largas historias", escribió Adams en su diario.(1) Sin duda, a lo largo de su vida, Jefferson fue un ardiente promotor de Don Quijote insistiendo a sus hijas Martha y Mary que lo leyeran como parte de sus clases de español. Benjamín Franklin, decano estadista de América, quien organizó la colecta en Francia y España para sostener la causa americana, tenía enlistado Don Quijote en el primer catálogo de su librería, en 1741. En su Autobiografía,(2) el propio Franklin hace notar que dominaba el idioma francés e italiano. "Después con un poco de esmero, adquirí gran estima de el español como de leer sus libros". Notablemente, Don Quijote, de Cervantes. _________________________________________________________________________________ Notas: 1. Memoirs of John Quincy Adams, comprising portions of his dairy from 1795 to 1848 (Memorias de John Quincy Adams, fragmentos de su diario de 1795 a 1848), ed. by Charles Francis Adams (New York: AMS Press, 1970) 2.Franklin on Franklin (Franklin sobre Franklin), by Paul Zall (Lexington, Ky.: University Press of Kentucky, 2002). Paul Zall (Lexington, Ky: University Press of Kentucky, 2002). Este libro recopila la Autobiografía de Benjamín Franklin y una selección de su correspondencia personal y diarios privados. |
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Schiller y la España de Cervantes El gran historiador y poeta alemán del siglo 18, Federico Schiller, trató ampliamente el tema de la desastrosa conducción de Felipe II, tanto en sus tratados históricos, como en su drama Don Carlos. Schiller se enfocó, en forma particular, en la política ineficaz de Felipe hacia la rebelión de los Países Bajos, de no hacer nada de principio, y de luego reprimir sanguinariamente, sin lograr nunca una solución. En Don Carlos, el personaje del Marqués de Posa le dice a Felipe lo que Cervantes debe haber querido decirle a los Habsburgo más de un siglo antes: "devolvednos lo que nos habéis arrebatado. Entre mil, sed un rey... concedednos la libertad de pensar".(1) No hay duda de que Cervantes y Schiller tenían opiniones similares de Felipe II. Después de mofarse de los suntuosos preparativos y ceremonias para las exequias celebradas en Sevilla a su muerte en 1598 ("Apostaré que el ánima del muerto por gozar este sitio hoy ha dejado la gloria donde vive eternamente"), Cervantes concluye su satírico soneto con el díalogo entre un valentón y el soldado Cervantes, cerrando con su famoso estrambote: " 'Es cierto cuanto dice voacé, señor soldado. Y el que dijere lo contrario, miente'. "Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, "miró al soslayo, fuese y no hubo nada". ________________________________________________________________________ Nota: 1. Friedrich Schiller, Poet of Freedom, Vol I, ed. by William F. Wertz, Jr. (New York: New Benjamin Franklin House, 1985). |
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Notas:
1. Reuters, 7 de mayo de 2002.
2. Cervantes, Melveena Mckendrick (Toronto: Little Brown & Co. Ltd. 1980).
Thomas Shelton dijo que él había tomado parte en la traducción a petición "de un muy buen amigo deseoso de entender del tema" del Quijote. Terminó la traducción en sólo 40 días, usando una edición publicada en Bruselas en 1607, por Roger Velpius. Después de que su amigo la revisó, Shelton hizo a un lado la traducción y pasó "un largo tiempo abandonada en un rincón", hasta que los editores de William Shakespeare, Edward Blount y William Barret, la publicaron en 1612. Esta fue la Parte primera. En 1620 Blount publicó una traducción al inglés de la Parte segunda; aunque no se nombra al traductor, las pruebas internas indican que también la hizo Shelton, de quien aparece una breve biografía en Dictionary of National Biography, Vol XVIII.
John Fletcher coautor junto con Shakespeare de Cardenio, un drama basado en la historia de Cardenio que aparece en el Quijote, fue sucesor de Shakespeare como actor y principal autor de la compañia teatral The King's Players. Aunque Cardenio ha desaparecido, sí aparece inscrita en el Stationers Register, el equivalente a obtener los derechos de autor hoy día.
3. Sin duda un erasmista como Cervantes leyó Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais (14941553), probablemente en el original, pues hay indicios de que Cervantes sabía francés.
4. Lyndon H. LaRouche, "El arte clásico: el arte de comunicar ideas", Resumen ejecutivo de la primera quincena de mayo de 2003 (vol. XX, núm. 9).
5. Felipe II es famoso por haber dicho que antes que permitir desviación alguna en materia de religión, o tocante al servicio de Dios, "prefiero perder mis Estados a gobernar sobre herejes".
6. Lyndon H. LaRouche, "Límites aespacialesatemporales en Leibniz", Benengeli del primer trimestre del 2000 (vol. 13, núm. 1).
7. Marcel Bataillon, "Cervantes et l'Espagne," en Revue de litterature comparé (Paris: 1937); citado por William Byron en Cervantes: A Biography (New York: Doubleday and Co., 1978).
8. "Encajados" es como llama Visnu Sarma a los relatos intercalados dentro de los relatos, en su traducción del sánscrito al inglés del Panchatantra) (New Delhi: Penguin Books, 1993).
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