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Ciencia y cultura

Especial: sobre Vernadsky

Por qué las mentes muertas no pueden conocer la noosfera

por Jonathan Tennenbaum

Este artículo es una introducción a la traducción, del trabajo que el biogeoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky escribiera en 1938 sobre la diferencia entre los cuerpos vivos y los no vivos en la biosfera.

Desde tiempos remotos hasta nuestros días, quienes han tratado de comprender la organización de nuestro Universo han distinguido por lo general tres clases o dominios principales de fenómenos: primero, los fenómenos que ocurren en la materia inerte o no viva, al margen de la acción de los organismos vivos. Segundo, los procesos vivos, es decir, el dominio de la biología. Y tercero, los procesos relacionados con la actividad cognoscitiva de la mente humana.

Pero, con el triunfo del pensamiento reduccionista en las ciencias naturales, y sobre todo con el vasto progreso de la biología molecular desde mediados del siglo 20, la línea divisoria entre lo vivo y no vivo se ha hecho más y más borrosa, y aun inexistente, en la mente de los científicos.

El error del reduccionismo

El no reconocer esta tercera alternativa —a pesar del trabajo de Vernadsky, y a pesar de que el asunto esencial ya lo conocían, desde mucho antes, Leibniz y aun Platón— deja ver un error metodológico elemental que impregna tanto a la biología molecular moderna como a los intentos de Schrödinger, Prigogine y otros de abordar la física de los procesos vivos.

La naturaleza del error fue identificada claramente hace más de 500 años por el gran pensador renacentista Nicolás de Cusa en su crítica al trabajo de Arquímedes sobre la cuadratura del círculo: si tratamos de aproximarnos a un círculo mediante una serie de polígonos regulares inscritos con un número cada vez mayor de lados, pareciera que nos acercamos cada vez más al círculo, pero en realidad nunca podemos alcanzar el círculo. Aun si el número de lados del polígono hipotéticamente se hiciera infinito, todavía no llegaría a la identidad completa con el círculo, porque el círculo es una especie superior de ente geométrico. El círculo representa un principio superior, es decir, el de la acción rotativa continua, que está ausente por completo del dominio lineal de los polígonos. Aunque los polígonos se pueden construir a partir del círculo —y es ese sentido el círculo subsume, como “especie superior” a la “especie inferior” de los polígonos—, no hay manera de construir el círculo a partir de los polígonos.

Sin embargo, muchos geómetras, entre otros, dedicaron indecibles esfuerzos, a lo largo de los siglos, en intentos infructuosos de cuadrar el círculo, cometiendo así el mismo tipo de error que aquellos que, desde los tiempos de Pitágoras, se negaron a aceptar la existencia de magnitudes incomensurables en la geometría. El mismo error surgió después, en la resistencia al concepto de Leibniz del cálculo infinitesimal y en la acérrima oposición de Kronecker y otros a la introdución de los números transfinitos de Georg Cantor.

Los intentos de los biólogos moleculares de tratar a los organismos vivos como “máquinas moleculares” ilustra perfectamente el problema.

No hay duda alguna de que en las células vivas tienen lugar los vastos y intrincados conjuntos de reacciones bioquímicas y procesos relacionados que se han identificado con los métodos de la biología molecular moderna. Parece ser también que los cambios en la célula viva siempre se pueden correlacionar de algún modo con cambios en la configuración y movimiento de las moléculas. De manera que casi no hay duda de que la biología molecular puede dar una imagen aproximada del funcionamiento de los procesos vivos —tal vez hasta el punto de una “convergencia asintótica”— en la forma de mapas cada vez más detallados de la presunta “maquinaria molecular” de las células. Esos mapas corresponden, en el sentido metodológico, a los polígonos con más y más lados de que hablaba Nicolás de Cusa.

Ahora viene la dificultad: ninguna de las aproximaciones biológicas moleculares, tomada en sí misma, puede dar cuenta de las características funcionales de la materia viva en la biosfera, como lo demuestra Vernadsky. Nunca llegamos, por así decirlo, a la “parte viva”, es decir, a la característica única de acción que distingue a los procesos vivos de los no vivos.[1] Esa característica superior tiene con el dominio de la “maquinaria molecular” una relación análoga a la que tiene la acción circular con la acción lineal de los polígonos de Nicolás de Cusa.

Para pasar de esta observación, a primera vista puramente negativa, de los límites de los métodos reduccionistas, volvamos a la división del Universo en tres dominios y observemos las contribuciones específicas de Vernadsky y de su sucesor en esta materia, Lyndon LaRouche.

La materia viva en la biosfera

La comprensión científica de la división tripartita del Universo empieza cuando dejamos a un lado la tendencia ingenua de interpretar la base de la distinción entre esos tres dominios desde el punto de vista de las propiedades supuestamente inherentes de los objetos per se —por ejemplo, objetos vivos y no vivos—. De lo que se trata en realidad, como lo subrayó Leibniz, es de distintas clases de principios físicos, todos los cuales actúan sobre el Universo al mismo tiempo y se mantienen en una relación jerárquica bien definida entre sí. Esa relación jerárquica es el aspecto medular de la obra de Vernadsky.

Consideremos la actividad característica de la materia viva sobre la Tierra, ejemplificada en el caso de las plantas. Las plantas crecen y se sustentan merced a su capacidad de absorber agua, minerales y otros materiales inorgánicos del subsuelo, así como moléculas gaseosas de la atmósfera, y de transformar todo este material no vivo, en tejido vivo. De ese modo, ¡la materia no viva se ha transformado en materia viva!

Visto esto a escala microscópica, surge la pregunta: ¿cuál es la naturaleza del cambio físico que ocurre durante esta transformación? ¿en qué difiere, por ejemplo, un átomo de nitrógeno que ahora forma parte del tejido vivo de la planta de su existencia anterior en el fertilizante mineral que el agricultor puso en el suelo?

Los biólogos moleculares de hoy día lo caracterizarían como un mero cambio de enlaces químicos del átomo de nitrógeno en el tejido vivo —por ejemplo, en una proteína u otra molécula orgánica— en comparación con el compuesto inorgánico del que formaba parte en el fertilizante. Quizá hasta se apresuren a añadir que los mismos enlaces orgánicos pueden obtenerse igual de bien en el laboratorio, fuera del tejido vivo. Por eso, a su juicio, no hay ningún cambio atómico o molecular que pueda demostrarse que sea único de los procesos vivos.

Sin embargo, algunos biofísicos modernos estarían, con toda razón, en desacuerdo con las conclusiones de los químicos simplistas. Señalarían, por ejemplo, que el estado físico de un átomo no depende nada más de los meros enlaces químicos; el comportamiento de los átomos y moléculas en el tejido vivo esta modificado por un campo electromagnético cuántico común, que impone el acoplamiento de procesos que ocurren en lugares distantes dentro del tejido vivo. Justamente este rasgo es objeto de investigaciones experimentales actualmente en marcha.

Pero, con respuestas semejantes, ni el químico ni el biofísico habrán tenido en cuenta el aspecto más elemental del proceso en discusión, a saber: el papel activo que desempeña el propio organismo vivo, de imponer, por decirlo así, un estado superior de organización a la materia no viva. De este modo, el organismo actúa como la causa física de una transformación extremadamente dirigida y continua de su medio ambiente.

Tiempo geológico

Fue Vladimir Vernadsky quien más claramente reconoció y demostró la naturaleza de esa transformación biogénica, al cambiar el foco de la investigación del nivel de los organismos individuales aislados a la suma de toda la materia viva existente en la Tierra en un momento, y al estudiar el efecto de la materia viva en su medio ambiente (la biosfera) durante el lapso más prolongado al alcance de la observación precisa: el tiempo geológico. Y así, en lugar de la pregunta peligrosamente abstracta “¿Qué es la vida?”, Vernadsky planteó una pregunta geológica concreta, referida al papel específico de la materia viva en la historia geológica de nuestro planeta.

Las conclusiones principales de Vernadsky, basadas en el análisis de una enorme cantidad de datos empíricos, pueden resumirse como sigue:

(1) En el curso de la evolución, el agregado de “energía libre” de la materia viva en la biosfera —su capacidad de producir trabajo en el medio ambiente— ha aumentado constantemente.

(2) Como resultado de ese aumento de energía libre, la materia viva se ha convertido en la fuerza geológica más poderosa de la biosfera, a pesar de que la masa total de los organismos vivos mismos siga siendo una fracción casi infinitesimal de la masa total creciente de materia que su actividad afecta directa o indirectamente dentro de la biosfera.

(3) A lo largo de la evolución, la materia viva ha ampliado constantemente la “envoltura” de la Tierra poblada de organismos vivos, es decir la biosfera, extendiéndola hacia lo alto de la atmósfera, a las profundidades de los océanos y cada vez más profundamente en la corteza terrestre.

(4) La capacidad de realizar este tipo específico de desarrollo evolucionario, que conduce a un aumento contínuo de la energía libre de los procesos vivos en la biosfera, es única de los organismos vivos, y no se encuentra en el dominio de lo no vivo.

Análisis situs

Pero Vernadsky añade un concepto decisivo:

Con el surgimiento del Hombre y de la sociedad humana, la biosfera entra a una nueva fase, que Vernadsky denominó noosfera, en la que la razón creadora humana se hace cada vez más la influencia conductora dominante de la expansión y el desarrollo ulteriores de la biosfera, incluída su probable expansión más allá de la Tierra, en el Sistema Solar y más allá.[2]

En cuanto a la cuestión de la noosfera y al papel de la razón humana, el trabajo de Vernadsky quedó incompleto. La continuación directa y la consumación de lo que empezó Vernadsky está en el trabajo del economista y estadista estadounidense Lyndon LaRouche.[3] Entre otras cosas, LaRouche demostró:

(1) La distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás formas de vida en la biosfera está demostrada empíricamente por el hecho de que la especie humana ha sido capaz, a través de cambios deliberados y mejoras en las formas de actividades individuales y sociales en la biosfera, de aumentar el total de su población posible en más de mil veces en el curso de su desarrollo prehistórico e histórico. Ninguna otra especie viva ha demostrado esta capacidad.

(2) La causa de ese aumento, a lo largo de la historia, del tamaño y la calidad de la población humana que puede sostenerse en el planeta, radica únicamente en los poderes creativos de la razón humana individual para descubrir, asimilar y aplicar nuevos principios científicos y descubrimientos análogos de principio en las artes y el estadismo, a fin de mejorar el poder del Hombre para gobernar las fuerzas de la Naturaleza (tecnología).

(3) La acción de la razón creativa individual, en la que se basa la capacidad de la especie humana de generar aumentos sucesivos de su potencial de población, tiene una forma específica y completamente única. Se basa en la capacidad de buscar y descubrir deliberadamente errores o imperfecciones en los supuestos comúnmente aceptadas en los que se funda la práctica de la sociedad, y en corregir o complementar dichos supuestos mediante el descubrimiento y la comprobación de un nuevo principio universal que se demuestre que gobierna el Universo, y al que se oponían o al menos no tenían en cuenta los supuestos o axiomas mentales anteriores.

(4) Los actos de descubrimiento creativo original y los actos de aprendizaje y resolución creativa de problemas —del tipo necesario para asimilar adecuadamente y aplicar esos descubrimientos (en forma de nuevas tecnologías) a la práctica exitosa de la sociedad— se generan únicamente dentro de los procesos mentales “soberanos” de los seres humanos individuales. De allí que el proceso de aumentar el potencial de población de la especie humana ocurre como una integración sucesiva de actos creativos mentales específicos de los individuos, que tienen el resultado neto de transformar la práctica general de la sociedad. Esta relación histórica única del individuo con el todo se encuentra solamente en la sociedad humana u solamente en relación con la razón humana; no se encuentra para nada en los otros dos dominios, inferiores, del Universo.

Paradoja resuelta

Lo que Vernadsky hizo respecto a la relación entre los procesos vivos y los procesos no vivos en la biosfera, LaRouche lo hizo en lo tocante al naturaleza única de la razón humana respecto a los procesos vivos en general. Con ello, LaRouche trajo las preguntas ¿qué es la razón humana? y ¿cuál es la distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás especies vivas? al dominio de la demostración y la medición empírico-científicas rigurosas, en contraposición a lo que generalmente se ha considerado los reinos meramente “subjetivos” de la creencia religiosa y la especulación filosófica.

Combinando a LaRouche y Vernadsky, obtenemos un panorama más lúcido y poderoso de la división tripartita del Universo.

Nuestro asunto es la diferenciación entre tres clases o grupos interconexos de principios físicos que constituyen el conocimiento humano del Universo. Por razones de conveniencia designémoslos como sigue:

A representa los principios físicos propios de los procesos no vivos en general; B representa los principios físicos propios de las características únicas de acción de los procesos vivos en relación con los procesos no vivos; C representa los principios físicos propios de las características únicas de la razón humana.

Nótese el siguiente punto paradójico, pero decisivo: los principios físicos, mientras sean principios válidos del conocimiento humano, deben ser universales; deben aplicarse, por lo menos implícitamente, al universo en su totalidad. La unidad y la coherencia del Universo (y del conocimiento humano) parecieran así exigir que (por ejemplo) los principios que gobiernan a la materia no viva (clase A) deban aplicarse también de alguna manera a los procesos vivos; y, a la inversa, los principios de los procesos vivos (clase B) deben aplicarse también a los procesos no vivos; de igual modo para la clase C. Pero ¿no contradice esto la distinción absoluta y fundamental entre los procesos vivos y no vivos, y entre los procesos vivos y la razón humana, distinción demostrada por Vernadsky y LaRouche y que es el asunto de toda nuestra discusión hasta el momento?

El recordar la demostración de Vernadsky del dominio de los procesos vivos sobre la materia no viva en la biosfera, y la prueba relacionada de LaRouche respecto a la razón humana, nos muestra la solución de esta paradoja.

Los principios de los procesos vivos son principios de la acción a través de la cual la materia viva, como la fuerza geológica cada vez más dominante en la biosfera, “conquista” y “transforma” a la materia no viva. De igual modo, el poder demostrado del Hombre de aumentar deliberadamente su poder per cápita para controlar las fuerzas de la naturaleza, a través del ejercicio de la razón humana, apunta a la universalidad implícita de los principios que subyacen en la razón humana. En la medida en que el universo “obedece” a la razón humana,[4] la materia no viva está sujeta implícitamente a los principios de la razón humana, aunque de un modo diferente a la mente humana misma. A su vez, la materia viva, incluido el tejido cerebral que es un sustrato indispensable de la actividad humana mental, se compone de los mismos átomos y moléculas que la materia no viva; y la materia viva parece estar sujeta a los principios de la clase A, a la vez que no está completamente determinada por ellos.

Por lo tanto, lo que tenemos aquí es un universo multiconexo en el sentido de Bernard Riemann: los principios de las clases A, B, C actúan todos en un sólo y el mismo universo, simultáneamente e (implícitamente) en todas partes. Pero, al mismo tiempo, las tres clases de principios guardan entre sí una relación jerárquica definitiva A < B < C, desde el punto de vista de su poder físico o lo que Cantor llamó Mächtigkeit, y prueba de ello es el creciente dominio de la materia viva sobre la no viva y de la razón sobre los dominios vivo y no vivo dentro de la biosfera. Dado que tienen un Mächtigkeit diferente, las clases A, B, C están estrictamente diferenciadas entre sí, y, no obstante, existe una armonía general entre ellas, por cuanto definen conjuntamente un Universo autodesarrante y antientrópico.

Este tipo de relación de las clases de principios físicos, que está bien definida pero no se puede expresar en términos lógicos deductivos, es el asunto de lo que Leibniz llamó análisis situs. El trabajo de Vernadsky es una aplicación brillante de ese método al dominio empírico del naturalista.

Implicaciones para la biofísica

El artículo de Vernadsky que publicamos enseguida ejemplifica exactamente este uso del análisis situs como método de descubrimiento. ¿Cómo se correlaciona la diferencia entre la materia viva y la no viva, tan claramente manifiesta en la biosfera en la escala del tiempo geológico, con la física de los procesos vivos y no vivos en la escla microscópica del espacio y el tiempo? A pesar de que la estructura química del tejido vivo es totalmente diferente de la materia de origen inorgánico, las leyes básicas de la física y química parecen aplicarse a ambas. No se ha encontrado ninguna entidad física, como la “fuerza viva” o “sustancia viva” que muchos vitalistas creían debía existir en los organismos vivos.

Concentrado en esta paradoja, Vernadsky plantea una atrevida hipótesis: la organización peculiar de los organismos vivos es ¡función de un “estado geométrico diferente del espacio-tiempo” que existe dentro de esos organismos, diferente del espacio-tiempo de los procesos no vivos! Vernadsky sugiere que el espacio-tiempo de los organismos vivos debe ser un tipo especial de geometría riemanniana. Le pide a los matemáticos, físicos y biólogos que colaboren en este problema, que, él prevé, podría conducir a una revolución no sólo en la biología, sino en las ciencias físicas en su conjunto.

A juzgar por la manera como discute el problema, el mismo Vernadsky no tenía una comprensión suficiente de la concepción geométrica original de Riemann. Este último iba mucho más allá de la idea de una sola geometría fija (en el sentido de la geometría no euclidiana común y correinte, por ejemplo), para abrazar la noción de una multiplicidad multiconexa de principios físicos o “dimensiones”[5] como imagen matemática de un universo autodesarrollante. Dicho de otro modo, debemos redefinir la relación A:B, desde la perpectiva de una relación más elevada expresada por la razón humana.

Como complemento del argumento de Vernadsky del espacio-tiempo de los procesos vivos en este aspecto crucial, obetemos el esbozo de todo un programa de investigación experimental. A todas luces, los trabajos recientes sobre las interacciones “biofotónicas” de los organismos vivos[6] y otras áreas relacionadas de la biofísica, tiene mucho que con la cuestión que plantea Vernadsky. Ubicar dichos trabajos en el amplio contexto que aquí se señala, debería ayudar a originar sus implicaciones revolucionarias.

Artículos relacionados:
Problemas de biogeoquímica, II
Sobre la distinción energético-material esencial entre cuerpos naturales vivos y no vivos de la biosfera


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[1] Estos tres dominios parecen tan completamente diferentes en carácter que con frecuencia se los ha tratado como “mundos en sí mismos”, separados. Por ejemplo, durante el siglo 18 y a principio del siglo 19, era creencia común de los llamados vitalistas, entre otros, que la diferencia entre la materia viva y la “muerta” se debe a que en los organismos vivos está presente un tipo especial de “energía viva”, “fuerza viva” u otra entidad física única de la materia viva. Había muchas dudas, por ejemplo, de si las substancias químicas orgánicas generadas por los organismos vivos pueden, aun en principio, sintetizarse en el laboratorio, fuera de los tejidos vivos. Al mismo tiempo, por siglos, los filósofos se mantenían ocupados con la pregunta de cómo el alma actúa sobre el cuerpo, dado que la mente o alma, y las ideas y pensamientos generados por ella, parecen ser entidades de una naturaleza completamente diferente de la de los cuerpos materiales.

[2] Ni siquiera menciono el campo de la “vida artificial”, gemelo siamés de la seudociencia, igual de absurda, de la “inteligencia artificial”. Por la actual popularidad de ambas vale la pena preguntar si de veras las computadoras se han vuelto inteligentes o más bien la gente se ha vuelto estúpida.

[3] Ver, por ejmplo, Lyndon H. LaRouche, Jr. “En defensa de la estrategia”, xxxxx, TAL QUINCENA DE TAL MES de 0000, y “Where Do We Attach the Head?” 21st Century, otoño de 2000, página 47.

[4] Aquí no quiero implicar que el Hombre per se, sin ninguna restricción, represente el principio más elevado que gobierna el universo. Sólo en la medida que el Hombre obedezca a la Razón, es que el Hombre puede aumentar continuamente su poder sobre las fuerzas de la naturaleza. El único potencial del Hombre, respecto a otras especies vivas, reside en su capacidad de raciocinio. Si esa capacidad se fomenta y desarrolla en cada individuo, o si se destruye voluntariamente, es el asunto político central que enfrenta el mundo hoy día.

[5] Véase la nota 3.

[6] Véase “Russian Scientists Replicate ‘Impossible’ Mitogenetic Radiation,” 21st Century, invierno de 2000–2001, página 60.

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