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Arte y cultura Artículos especiales
por Judith Wyer
El 16 de abril de 1828 murió el gran artista español Francisco de Goya y Lucientes, a la edad de 82 años. Aunque trascendió a la historia como pintor y dibujante, no se puede entender su verdadera importancia sin tomar en cuenta su vida política y filosófica, que lo coloca, junto con los grandes humanistas de la época Mozart y Beethoven, entre otros en lo espeso de la corriente republicana europea que se identificaba con la Revolución Americana y su líder Benjamin Franklin, el "Prometeo del siglo 18". En España, el nombre que adoptó esta corriente fue Las Luces, por analogía con la sociedad de los "Illuminati", de Franklin, término que expresa el concepto platónico de la luz en tanto imagen de la razón humana y sustancia invariante que da sentido al universo, cuerpo intangible de la consubstancialidad de lo humano y lo divino. Las Luces no sólo apoyaron la Revolución Americana, sino que pugnaron por establecer en España una República gobernada por una monarquía constitucional, propósito malogrado con la muerte de Carlos III. Para Goya, el arte era un arma de esa lucha republicana, con la que combatió las ataduras ideológicas que mantenían en el atraso a España, plagada de agüeros y toda suerte de supersticiones. Al igual que todo artista republicano y en la mejor tradición cervantina, Goya veía en el arte un lenguaje para enseñarle a una población adormecida las taras que le impedían realizar plenamente su propio potencial humano y divino. Goya aborrecía el concepto aristotélico de "estética" pura: la realidad subyacente, no la apariencia superficial, era para él lo único que valía la pena representar, y observaba estrictamente el precepto de su predecesor, Diego Velázquez: "Verdad y no pintura".
La economía de Las LucesTras las guerras de sucesión de principios del siglo 18 tomó la corona española la casa de Borbón, de Francia, y poco después predominó en la corte española la influencia del gran estadista francés Jean–Baptiste Colbert, padre del "dirigismo" económico en tanto política de administración pública. Gerónimo de Ustáriz, discípulo de Colbert, inició en España una tradición político–económica que produjo intelectuales de la talla de Pedro Rodríguez Campomanes y Gaspar Melchor de Jovellanos, este último además poeta, científico y gran amigo de Goya. Los colbertistas españoles, a la sombra protectora del rey borbón Carlos III, impulsaron la industria y las manufacturas. tanto en la propia España como con diversos grados de éxito en las colonias americanas. Poco después de la coronación de Carlos, Italia, Francia y España formaron un "Pacto de Familia" de estados borbones especie de Mercado Común Europeo de la época y los dos últimos expulsaron a los jesuitas, para purgar de la educación su influencia perniciosa. Pronto España comenzó a cosechar los frutos de su política dirigista, logrando notables adelantos económicos, especialmente en la agricultura. Las Luces recordaban todavía la amarga experiencia del saqueo de España a manos de Venecia, con la connivencia de los Habsburgo; Jovellanos argüía que el valor de la economía no podía medirse por el oro y la plata que saqueaba España del Nuevo Mundo. El valor real de la economía española, insistía, estaba en lo que producía, y en la capacitación de su fuerza de trabajo. Campomanes, por su parte, estaba de parte de que los manufactureros, comerciantes y artesanos se integraran a la administración pública, hasta entonces dominio exclusivo de la aristocracia.
El Banco de San CarlosPero el sello definitivo del republicanismo de Las Luces, y testimonio del afán renovador que movía a Carlos III, fue el haber creado un banco nacional casi idéntico en sus funciones al Banco Nacional instituido luego en los jóvenes Estados Unidos por el secretario de Hacienda Alexander Hamilton. En la década de 1770 España colaboró con republicanos europeos como el conde francés Charles de Vergennes para apoyar la naciente independencia de las colonias americanas de Inglaterra. Luego el conde de Aranda, uno de los puntales de la corte de Carlos III, fue colaborador del propio Franklin. De ese esfuerzo de colaboración antibritánica nació el banco nacional español. En 1780, estando Franklin en París, visitó España el americano John Jay, para obtener apoyo político y económico a la Revolución. España era objeto del bloqueo británico, por haberle declarado la guerra a Inglaterra, a instancias de Francia. Para obtener los fondos que solicitaban los revolucionarios, el Gobierno español expidió los llamados "vales reales"; primera vez en la historia que aparece el papel moneda. Pese a los esfuerzos de su ideador, François Caburrus, por promoverlos, los "vales reales" perdieron rápidamente su valor. Caburrus, francés nacionalizado en España en 1781, juntó un consorcio de financistas franceses, españoles y holandeses que reunieron suficientes fondos para crear, el 20 de junio de 1782, el primer banco nacional de España: el Banco Nacional de San Carlos. Lo mejor de EspañaEntre los accionistas y miembros de la junta directiva del banco estaba lo más granado del humanismo español, comenzando por el propio Goya (accionista) y el dramaturgo Ceán Bermúdez, amigo de Goya quien colaboró con él en la redacción de los lemas de Los caprichos. Bermúdez era miembro de la junta directiva, como lo eran Caburrus y el propio Carlos III. A la asamblea constituyente convocada por el Rey "para asegurar el éxito, mantener la buena fe" y satisfacer a "todos los elementos de la sociedad que puedan estar interesados" asistieron también Campomanes y Jovellanos. El banco se constituyó como alternativa a los usureros de la época, para fomentar la agricultura y las manufacturas, con crédito al 1 por ciento. En 1785 se ufanaba Caburrus de "el progreso de nuestras industrias, la multiplicidad de las factorías modernas en Cataluña, la extensión de las de Valencia, el crecimiento de la agricultura y el aumento de la demanda por sus productos'. De hecho, la industria textil española de la época, dotada de la tecnología más moderna, rivalizaba con la de Inglaterra, hasta entonces la más productiva del mundo. Por las mismas fechas en que se creó el Banco de San Carlos aparecían en toda España las Sociedades de Amigos del País, agrupaciones políticas que impulsaban reformas sociales y económicas republicanas. De Francia, donde había nacido la idea, las Sociedades de Amigos del País se propagaron a Aragón y al País Vasco poco después de subir al poder Carlos III, para extenderse luego a las colonias americanas. De 1780 a 1790 alcanzó su apogeo el comercio entre España y el Nuevo Mundo, y hubo un aumento considerable de los salarios industriales en Valencia y Cataluña. El sueño de la razónEl sueño de la razón produce monstruos, de Los caprichos. Francisco de Goya y Lucientes Pero la suerte de España quedó sellada con la muerte de Carlos III en 1788, seis meses antes de la Toma de la Bastilla. La manipulación británca de la Revolución Francesa cortó de tajo la influencia de los humanistas americanos y descabezó el movimiento republicano europeo, entregando al furor de las masas jacobinas los mejores intelectos del momento. Carlos IV no estaba a la altura de las duras pruebas que afrontaría España, y Las Luces vieron desmoronarse uno a uno los logros de su programa de reformas; muchos de los amigos y colaboradores de Goya fueron encarcelados. En 1792 Goya sufrió una enfermedad extraña y repentina que le dejó temporalmente ciego y permanentemente sordo. Aunque jamás se produjo un diagnóstico definitivo, abundan circunstancias que indican la posibilidad de envenenamiento, método frecuentemente empleado en aquella época por los agentes británicos para deshacerse de sus enemigos. Wolfgang Amadeus Mozart, genio musical y campeón de la causa republicana en Alemania, había muerto un año antes de una "enfermedad" igualmente enigmática. Tras su recuperación parcial emprendió Goya la serie de aguafuertes conocida como Los caprichos, penetrante representación del lado negro de la sicología española que se apoderó del reino tras la derrota de Las Luces. En el número 43 de la serie pronuncia Goya su sentencia a España, que daba la espalda a sus mejores frutos: "El sueño de la razón produce monstruos". |
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