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La Academia de San Carlos de México:
Cómo una escuela de arte ayudó a construir una nación

Por Steven Carr
Octubre de 2013

La Academia de San Carlos, en la Ciudad de México. Incluso durante los períodos más turbulentos de la historia mexicana, la academia reforzó los valores republicanos y la unidad nacional.

La Academia de San Carlos, la escuela nacional de arte de México, fue un factor decisivo para defender la soberanía nacional y promover el progreso de México, en los momentos críticos de su a veces tempestuosa historia. El presidente Benito Juárez, en su esfuerzo por forjar una verdadera república duradera y por crear una economía avanzada en la que participara cada segmento de la sociedad, encontró ahí algunos de sus aliados más fervientes. (Juaréz pasó muchas horas de tensión en la Academia en 1862, durante los primeros días de combate intenso contra la invasión francesa de Veracruz, sabiendo que era ahí donde se podría organizar la respuesta patriótica del país).

Retrato del presidente Benito Juárez, hecho en 1862 por el director de la Academia de San Carlos, Santiago Rebull. El presidente Juárez trabajó estrechamente con gran parte del liderato de la academia e incluso sugirió temas de pinturas.

La academia, en su mejor momento fué una fuerza de unidad nacional, de identidad nacional, y una fuerza de dignidad humana. Sobrevivió reyes, dictadores, emperadores, invasiones extranjeras y revoluciones, pero siempre sirvió como un faroque orienta a la nación. A menudo, fue allí, donde México abordó por primera vez sus problemas; ya fueran sociales, económicos, raciales o políticos.

Nacionalistas vs. Aristócratas realistas

Mucho antes de la Guerra de independencia (1810-1821), ya para 1793, los aristócratas realistas mexicanos mandaron cartas frenéticas a España advirtiendo que la Academia de San Carlos era un “error politico”. Ellos la acusaron de ser un “órgano politico” en contra del sistema del colonialismo, y pidieron que la academia se trasladara a Madrid, España, “donde reside el soberano” para que recuperara la obediencia. Durante la lucha por la independencia de México, la Academia de San Carlos junto con su institución hermana el Colegio de Minería, dieron a la causa patriota, gran parte del liderazgo intelectual y fue un terreno fértil de reclutamiento.

Un director de la academia, Francisco Sánchez de Tagle (1782-1847), fue un firmante (y editor) de la Declaración de Independencia, y Pedro Patiño Ixtolinque (1774-1835), otro de sus directores, era famoso por sus audaces acciones militares cuando luchó en las montañas al lado del general Vicente Guerrero. (Cuando los aristócratas realistas recurrieron a las brutales ejecuciones públicas de sus oponentes políticos, y a la grotesca exhibición de las cabezas de las víctimas en las plazas, con frecuencia eran incluidos en la matanza algunos de los mejores estudiantes; tal como el jóven pintor José Luis Rodríguez Alconedo, y los estudiantes de ciencias Casimiro Chowel y Rafael Dávalos).

Carlos III, el leibniziano de España

La Academia de San Carlos, la primera en el Hemisferio Occidental, fue fundada en 1785 por el rey Carlos III de España (1716-1788), quien usó su educación leibniziana y políticas económicas colbertianas para sacar al reino español del feudalismo habsburgo y de las garras de la Inquisición. Carlos III usó un banco nacional para construir caminos, canales, universidades, observatorios, escuelas de medicina, hospitales, jardines botánicos, bibliotecas, y la Academia de San Carlos de México. Sus círculos también crearon en México el igualmente importante Colegio de Minería, pero fue fundado tres años después de la muerte del rey.

Acueducto en el estado de Puebla, del pintor italiano Eugenio Landesio, quien dio clases en la Academia de San Carlos y estaba impresionado con los proyectos de agua de gran parte de México.

México tiene una historia de aceptar con entusiasmo este impulso patriótico de construcción de naciones, por ejemplo en los 1530, cuando la Nueva España era el ejemplo más sobresaliente de como el Nuevo Mundo podría superar el pensamiento arraigado de Europa. La Nueva España disfrutó de 300 años de relativa paz, construyó grandes proyectos de agua, transformó la agricultura, invirtió en la minería, y promovió las artes y la ciencia, mientras que España declinó y se vió envuelta en guerras geopolíticas. El primer virrey de México, Antonio de Mendoza (1495-1552), a cuya familia a se le atribuye haber introducido los principios del Renacimiento italiano a España, construyó nuevas ciudades en México usando los principios del renacimiento de León Batistta Alberti y su tratado sobre arquitectura (De re aedificatoria). Sus calles pavimentadas, amplias y limpias, diseñadas en un plan de retícula ordenada, con grandes plazas, fomentaron una sociedad civil. Lo que asombraba siempre a los viajeros de Europa que estaban acostumbrados a los centros urbanos de la Edad Media, donde grandes murallas de desfensa constreñían las ciudades al hacinamiento con calles trazadas al azar que eran angostas y sucias. Lo que los europeos llamaban “una utopía” se volvía una realidad en el Nuevo Mundo.

Joel Poinsett, el primer embajador estadounidense en México escribió:

“Las calles … están todas bien pavimentadas y tienen aceras de piedras planas. Las plazas públicas son amplias y están rodeadas de edificios de piedra labrada, y son de muy buena arquitectura. Los edificios públicos son grandes y espléndidos … y tienen un aire de firmeza e incluso magnificencia … hay un aire de grandeza en el aspecto de este lugar”.

Este compromiso con el progreso llegó también a las zonas rurales. Los obispos Juan de Zumárraga (1468-1548) y Vasco de Quiroga (principio de 1470 a 1565), fueron promotores de Erasmo de Rotterdam y ayudaron a que se aprobaran las “nuevas leyes” de 1542 que abolieron la esclavitud y otras injusticias. Fundaron pueblos, construyeron escuelas y hospitales para los indios, y trabajaron para acabar con el casi feudal sistema de encomienda. Sin embargo, para 1563, el concilio de Trento argumentó que la dignidad humana era un insulto a Dios, y el espíritu humanista cristiano de progreso entró en retirada. Este contragolpe continuó hasta 1571, cuando establecieron la Inquisición en México (irónicamente hizo más daño al fervor misionero de la iglesia que cualquier cosa hecha por sus rivales más orientados al comercio).

La Academia de San Carlos, la ciencia y el renacimiento

La Academia de San Carlos, no siempre estuvo en manos de los nacionalistas, y de hecho, sus enemigos declarados escribieron muchos de los registros históricos y las biografías de las figuras claves en la academia. Sin embargo, el acta de fundación ayudó a mantener la orientación de la institución hacia una misión. Por ejemplo, el acta estableció las más altas normas de la tradición clásica (si un estudiante consideraba que un compañero se apartaba de lo clásico, se referiría a él como un “futuro el Greco”).

Los pintores europeos describieron que en la Academia de San Carlos había una pelea artística entre los estilos de Rafael Sanzio y Bartolomé Murillo. (Murillo se inspiró en Velázquez y en la tradición flamenca y como Sevilla su pueblo natal, tenía el monopolio comercial con México, Murillo tuvo mayor influencia de lo que de otro modo podría haber tenido). De la Academia se graduaron algunos artistas clásicos excelentes, como José María Velasco, un seguidor del trabajo científico de Alejandro de Humboldt (1769-1859), y Juan Cordero, el primero que combinó el estilo clásico con el tema nacionalista. (Cordero era un nacionalista tan comprometido que sólo usó pinturas producidas en el país). Muchas veces estos estudiantes se convirtieron en maestros de la academia, y transmitieron la enseñanza clásica a la siguiente generación.

El acta de fundación también requería que la academia reclutara estudiantes de todas las razas y clases sociales, afectando el sistema de castas del período colonial. Carlos III personalmente le dio a cada estudiante indígena un título de nobleza, en los primeros años de la academia, para garantizar que nadie pudiera cuestionar la participación de estudiantes indígenas. Cuando Alejandro de Humboldt visitó la academia en 1803, vio que dentro de ese recinto se creaba una nueva sociedad y escribió:

“En este grupo … se confunde el rango, el color, y la raza: vemos al indio y al mestizo sentados al lado del blanco, y al hijo de un pobre artesano a la par con los hijos de los grandes señores del país. Es un consuelo observar, que en cada zona el cultivo de la ciencia y de las artes establece una cierta igualdad entre los hombres, y borra por un momento, al menos, todas esas mezquinas pasiones cuyos efectos son tan perjudiciales a la felicidad social”.

La academia padeció muchos períodos difíciles, pero tal vez el peor fue durante la dictadura de Porfirio Díaz (que gobernó desde 1876 a 1911 y era uno de los favoritos de las potencias coloniales europeas). Díaz, ansioso de vender el país al mejor postor, sentía la amenaza del impulso hacia el nacionalismo de la población. Sus secuaces amasaron fortunas al mismo tiempo que la población quedó esclavizada por sus deudas, y cazaba a sus enemigos políticos como animales. Porfirio Díaz odiaba todo arte que pudiera inspirar una perspectiva nacionalista y reorganizó la academia para complacer las modas pasajeras de la elite. Incluso en la celebración del centenario de la independencia de México, el 15 de septiembre de 1910, no permitió ni una sola obra de arte de un artista mexicano y de hecho, todas las obras de arte, fueron de España; el antiguo amo colonial!

El arte clásico vs. el arte moderno

El propósito del arte clásico, es celebrar el potencial creativo del hombre, en lugar de ser el gusto personal o la última moda. Un historiador destacado identificó el año 1913 como un punto de inflección del arte americano (es decir, arte norteamericano). El indicó que después de 1913, el arte americano ya no era americano, sino que era “arte moderno” importado, y lo mismo podría decirse sobre el arte en México. México de nuevo necesita que la Academia de San Carlos no sea una agencia promotora de la últimas tendencias y gustos, sino que use su comprensión profunda del pontencial del hombre para hacer lo que mejor sabe hacer: ser un faro que oriente a un mundo afligido.

Juan Cordero, un pintor y patriota

Juan Cordero pintó su autorretrato en 1847. El dedicó su vida a hacer de México, un país más fuerte y unificado.
El último mural de Cordero, “La ciencia y el trabajo contra la ignorancia y la pereza”, hecho en 1874, fue un llamado a traer a México la ciencia e industria de los círculos de Benjamín Franklin. Porfirio Díaz reaccionó con violencia; el mural fue destruido, y casi destruyó la carrera de Cordero. Aquí vemos una copia del mural, hecha por el pintor Juan M. Pacheco.

En México al arte barroco, a veces le llamaron “la octava maravilla del mundo”, pero Cordero (1824-1884) lo consideraba un símbolo de ocupación extranjera, y creía si México regresaba a los principios clásicos sería una declaración de independencia artística. El Presidente Benito Juárez alabó a Cordero por trabajar siempre para mantener a la Academia de San Carlos fiel a sus ideales más elevados, e intervino a su favor para cambiar a los miembros de la Junta de Directores que no fueran fieles a la causa.

Gabino Barreda, el médico de la familia de Cordero y el director de la Escuela Nacional Preparatoria, en 1874 pidió a Cordero que pintara un mural en la escuela que sería, “una deleitable oda a la gloria inmortal de [Benjamín] Franklin, [Robert] Fulton, y [Samuel] Morse”. Cordero tituló el mural, “La ciencia y el trabajo contra la ignorancia y la pereza”. La misión del mural era hacer un llamado a los estudiantes de la escuela para llevar el método científico de los círculos de Benjamín Franklin a México, y construir una nación cada vez más fuerte. Esta fue la mejor obra de Cordero y la más controversial, además de ser la amenaza más grande a Porfirio Díaz y a sus amos oligárquicos.

El mural fue destruido en 1900 (fue reemplazado por un vitral suizo de colores chillones), Cordero fue perseguido y lo forzaron a estar casi en exilio de su propia comunidad artística. Por 30 años evitaron que Cordero exhibiera sus obras y lo obligaron a trabajar como un pintor ambulante en Yucatán, que entonces era una zona remota de México. Hoy día, solo existe una copia del mural hecha por Juan M. Pacheco, y la descripción de éste que hizo el amigo leal de Cordero, Felipe López:

“Minerva, la diosa de la sabiduría, de apariencia majestuosa, está sentada en un gran trono que simboliza la arquitectura. En la parte posterior hay una fachada del orden toscano primitivo; su frontón es coronado por dos geniecillos sentados en las cornisas inclinadas; ellos ofrecen coronas honoríficas de laurel y de roble, emblemas de genio y de fuerza. En el nivel inferior estan sentadas … dos jóvenes deidades que simbolizan dos fuerzas poderozas: la electricidad y el vapor, con sus respectivos atributos. [A la izquierda] … los marineros descargan … la carga de los barcos … [y a la derecha] Clío, la musa de la historia, escribe … sus anales que compiten en velocidad con el tiempo … y una veloz locomotora [se ve a la distancia]”.

El mural también es un ataque a la cultura de ociosidad y pereza de la nobleza que pensaba que el trabajo físico (e incluso las actividades intelectuales y científicas) eran deshonrosas y aptas solo para las clases bajas. Cordero fue invitado a hablar en la ceremonia de inauguración donde dijo: “Que estas pinceladas … revelen mi amor a la patria y mi deseo del progreso de una juventud estudiosa”. Cordero incluyó en el primer plano del mural un querubín que presiona sus labios con su dedo para imponer el silencio e invitar a la contemplación.

Antes de la revolución, la mayoría del arte en México, fue diseñado para mantener el sistema colonial y el sistema racista de castas.

La mayoría del arte en México, antes de la revolución, fue diseñado para mantener el sistema colonial y reforzar la estructura social de castas (tal como las pinturas de Miguel Cabrera de “las castas”). Cordero, quería que el arte público se usara decisivamente para establecer la independencia de México y para una nueva visión de justicia social. El quería que cada edificio de gobierno; de la escuela más pequeña a los pasillos del Congreso, tuvieran murales y esculturas, no como decoraciones, sino como una declaración política de que éstas instalaciones de gobierno no son propiedad de algún aristócrata local, sino que más bien pertenecen al pueblo.

Durante su infancia, el papá de Cordero vio su talento y determinación, y lo mandó a estudiar a la Academia de San Carlos en México. Más tarde, su padre vendió el piano de la familia para mandarlo a estudiar a la Academia de San Lucas en Roma. Sin embargo, cuando Cordero llegó a Roma, la ciudad estaba sitiada, así que se fue a Florencia, donde tuvo mayor acceso a las obras de su ídolo, Rafael (1483-1520). El gobierno mexicano lo nombró agregado cultural para darle un estipendio semanal y poder así cubrir sus gastos. (La correspondencia diplomática oficial del gobierno mexicano tradicionalmente terminaba con, “Dios y Libertad”, pero Cordero firmaba sus cartas personales con, “Dios y Florencia”).

 

José María Velasco y Humboldt

 
El puente de Metlac (1881) y la Barranca de Metlac (1893). Aquí Velasco nos da una clase de botánica y celebra el progreso de las maravillas de ingeniería de los nuevos ferrocarriles.

Velasco (1840-1912), muy influido por Alejandro de Humboldt, creía que la pintura de paisaje era una rama de la ciencia natural, no sólo las representaciones de escenas pinturescas, sino más bien la belleza más profunda revelada en el orden y la armonía de la naturaleza. Para ser un mejor pintor estudió matemáticas, botánica, zoología, anatomía, arquitectura, geografía, y geología. Sus escritos académicos, fueron publicados en revistas científicas, y en 1879, descubrió una especie rara de salamandra que más tarde fue llamada en latín Ambystoma Velasci en su honor. La ciudad de México era un centro de investigación científica en gran parte gracias al Colegio de Minería y a su biblioteca científica, la más grande del continente. La escuela era gratuita y abierta a todas clases sociales. Los científicos estadounidenses a menudo querían aprender español con el fin de seguir el ritmo de los descubrimientos en México.

Temascalcingo en el Estado de México, su pueblo natal, fue uno de los primeros en unirse al llamado por la independencia. Velasco viajó extensivamente a través de México, pero limitó casi todas sus pinturas de paisajes a las zonas que fueron científicamente trazadas por Humboldt (utilizó especialmente el “Mapa del valle de México”, de 1808, de Humboldt). Transformó valles tranquilos en escenas monumentales al celebrar el progreso del hombre. Algunas vistas son tan grandes que sugieren la curvatura de la Tierra. La metodología de Humboldt (gran parte de ella, proveniente de los círculos intelectuales de Moisés Mendelssohn en Berlin, Alemania), tuvo mucha influencia en las artes visuales, pero en la pintura de paisaje, no solo generó interés público sino que también dio instrucción de cómo se debe interpretar.

El valle de México (1892). Velasco siguió los pasos de Humboldt y trató de continuar su obra usando el “Mapa del valle de México” (1808) de Humboldt, para documentar el valle desde casi todos los ángulos.

Humboldt pasó un año en México con la determinación de alimentar la llama de sus impulsos hacia el republicanismo. Humboldt amaba a México y dijo que ninguna ciudad en el hemisferio occidental tenía una concentración de estudios avanzados como la Ciudad de México, refiriéndose al Colegio de Minería, la Academia de San Carlos, y los Jardines Botánicos. Dejó una impresión duradera en todo el movimiento republicano y lo adoptaron como héroe de la causa. Posteriormente, el presidente Juárez, lo nombró ciudadano honorario y le otorgó el título de “Benemérito de la Patria”. Todavía hoy, casi cada casa donde estuvo ha sido convertida en museo.